martes, 11 de marzo de 2014

Via crucis junior comprometido con las vocaciones




Primera estación: Jesús condenado a muerte


Del evangelio de S. Mateo:

En aquel tiempo dijeron los sumos sacerdotes y el Sanedrín: ¿qué os parece? Es reo de muerte (Mt 26,66).

Jesús asume su condición de profeta. Ha sido llamado a dar testimonio de la verdad y como los profetas es condenado a no ser escuchado, a la exclusión.

La vocación es decir sí a Cristo, aceptar correr la suerte de Jesús, actuando como él, sin miedo a ser rechazado.¿Estoy dispuesto a ello?

 


Segunda estación: Jesús con la cruz a cuestas


Del evangelio de S. Juan:

“Al entregarlo Pilato, se hicieron cargo de Jesús, que llevando a hombros su propia cruz, salió de la ciudad hacia un lugar llamado la Calavera, en hebreo Gólgota” (Jn 19, 17).

Decir sí siempre es asumir la cruz que conlleva y Cristo cargó con la propia, porque la obediencia al Padre es siempre asumir el peso de muchos “noes”, no a si mismo, no al poder, no al tener libertad, paz, bienestar.

Es más rentable vivir para uno mismo, dejar a los otros con sus problemas, por eso, son muchos los llamados y pocos los que escuchan la voz de un Dios que invita a seguirle en la entrega a los demás.

 


Tercera estación: Jesús cae por primera vez bajo la cruz


Del Evangelio de S. Mateo:

“Mi alma está triste hasta la muerte... y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba” (Mt 26,37).

Jesús cae. Al entusiasmo del primer momento, abrazándose a la cruz, feliz porque el “hágase tu voluntad” es una realidad, sucede el cansancio, la caída.

También en la vida del seminarista, el sacerdote, el consagrado y el cristiano comprometido hay una primera caída que abre el camino a otra segunda y a otras muchas caídas: el primer desánimo, el primer desengaño, la primera irresponsabilidad,... nos abre los ojos a la dura realidad de una vida-para-los-demás.

Cuarta estación: Jesús encuentra a su santísima Madre


Del Evangelio de S. Lucas:

“Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: Y a ti misma, una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones” (Lc 2, 34-35)

Esta sólo, completamente sola. Bueno, completamente solo, no; está María, su Madre. Ella le sigue de cerca y las miradas se cruzan. Hay alguien que cree en su proyecto de vida.

No estamos solos en el seguimiento de Jesús. Ella siempre está ahí. En los momentos en los que seguirle es una pesada cuesta arriba, cerremos los ojos y sintamos su presencia, la mirada de María.

 


Quinta estación: Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la cruz


Del Evangelista San Lucas.

“Cuando le llevaban, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que regresaba del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús” (Lc 23,26).

En el camino un hombre sale al encuentro de Cristo y le ayuda a llevar la cruz y Jesús acepta, se deja ayudar y acompañar en la llamada a cumplir la voluntad del Padre.

También en nuestra vocación siempre encontramos personas dispuestas a escucharnos, a cargar con nuestras preocupaciones, dudas, titubeos, sacerdotes que nos acompañan.

 

Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro a Jesús


Del salmista:

“Mi alma tiene sed del Dios vivo... ¿Cuándo llegaré a ver el rostro de Dios?” (Sal 63,2).

Una mujer surge en el camino, ella no sólo enjuga el rostro de Jesús, en su propio rostro se refleja Cristo, es discípula del Maestro, la que da testimonio de Él, sin miedo a contaminarse con su sangre, sin miedo al qué dirán.

Nosotros muchas veces hacemos lo contrario, no da vergüenza decir que somos cristianos, que vivimos nuestra vocación, nuestra opción por Cristo.

 

 

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez


Del profeta Isaías:

Aunque nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado. Eran nuestros dolores los que lo traspasaban y nuestras culpas las que lo trituraban (Is  53, 4).

Su vocación fue probada, era el Hijo amado del Padre, pero aprendió sufriendo a obedecer. Cayendo una y otra vez aprendió a ser Hijo amado, apoyándose solo en el Padre.

Pecar, confesar, pecar, confesar,... y nos desanimamos. Esto no es para nosotros. Cuando caemos descubrimos que estamos a la misma altura que quienes han ignorado la llamada de Dios, pero no es así. Nosotros caemos como todos, pero miramos a lo Alto, nos levantamos sabiendo que Dios nos tiende la mano y volveremos a caer y Él volverá a levantarnos.

 


Octava estación: Jesús amonesta a las mujeres de Jerusalén


Del Evangelio de S. Lucas:

“Lo seguía una gran multitud de pueblo y de mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él” (Lc 23,27).

 Lloraban porque le veían cargando con la cruz, asumiendo hasta las últimas consecuencias el Reino de Dios, lloraban por Él y Él les responde: llorad por vosotras y vuestros hijos, por quienes preferís vivir al margen de Dios, sin optar por quienes ha optado el Padre, los últimos, los marginados.

Muchos a nuestro alrededor lloran al ver las dificultades con las que nos encontramos en el seguimiento de Cristo, lloran la muerte de los misioneros, de quienes han hecho de su vida una existencia para Dios y para los demás. Y deberían llorar por ellos mismos, pues viven para sí, vida condenada a la nada.

 


Novena estación: Jesús cae por tercera vez bajo la cruz


Del evangelio de S. Mateo:

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 28).

 Para cargar con el cansancio de los demás, hay que haber experimentado ese mismo cansancio. Él comprende nuestras caídas y desalientos, porque Él también lo experimentó, en el peso de su cruz están nuestras cruces.

No somos héroes, somos personas como los demás, que se cansan, se agobian y se desaniman. Precisamente porque caemos somos capaces de escuchar y tender la mano a quienes en el camino de nuestra vida caen y necesitan ayuda.

Décima estación: Desnudan a Jesús, y le dan de beber hiel.


Del Evangelio de S. Juan.

“Se repartieron sus vestiduras, echándolas a suerte” (Jn 19, 24)

Despojado de todo poder, pasa a ser uno de tantos, un condenado a muerte, sin más vestido que su cruz, sin más pertenencia que sus tres clavos, sin mayor gloria que la corona de espinas.

Es lo más difícil en la vocación, despojarse del éxito, dejar que los otros se repartan el vestido que hemos tejido durante años con mucho trabajo y esfuerzo y abrazarse al fracaso, a no ser valorado, con las manos vacías.

 

Undécima estación: Jesús clavado en la cruz


Del evangelista S. Lucas:

“Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 24)

Y Él extiende sus brazos, quiere abrazarnos a todos. Mientras ellos le insultan y clavan su cuerpo al madero, Él, Él los perdona, la mayor muestra de amor, es misericordioso con quienes no lo son con Él.

Este es nuestro reto en la sociedad: mostrar el rostro misericordioso de Dios a quienes no comprenden nuestra vocación y nos crucifican con sus palabras. Ante ellos la mejor defensa es abrir los brazos, abrazarles y perdonarles, como Cristo.

 


Duodécima estación: Jesús muere en la cruz


Del evangelio de S. Juan:

“Todo está cumplido” (Jn 19,30).

Vino a cumplir la voluntad del Padre y así lo hizo, esa fue su vocación llevada al extremo de la muerte, del darse totalmente al Padre abrazando al mundo.

¿Y nosotros? Ante la cruz ¿cómo actuamos? ¿Podemos decir que estamos cumpliendo su voluntad, viviendo el Evangelio? ¿Caminamos con quienes caminó Cristo? ¿nuestro corazón tiene sus mismos sentimientos? ¿nuestras aspiraciones son las mismas que las de Cristo?

 


 

Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su santísima Madre


Del Evangelio de San Mateo:

José tomó el cuerpo y lo envolvió en una sábana (Mt 27,57).

María acoge a un crucificado, es capaz de descubrir en este condenado a muerte por Procurador y el Sumo Sacerdote al Hijo de Dios.

Seguir a Cristo nos ha de llevar a acoger al otro, al excluido. La llamada al sacerdocio, la vida religiosa, a ser un cristiano comprometido no es para quedarse en la Iglesia, la meta está en el ser humano, en acoger a aquellos con los que Cristo se identificó, hacerse uno con ellos, como la Madre se hizo uno en el abrazo con el Hijo muerto, excluido.

 

 

Decimocuarta estación:Jesús es puesto en el sepulcro


 Del Evangelio de San Juan.

“En el lugar donde Jesús había sido crucificado había un huerto, y en el huerto  un sepulcro nuevo en el que aún no había sido depositado nadie. Pusieron allí a Jesús” (Jn 19,41).

Sepultado en la tierra, en espera de la gran noche de la Pascua, confiando totalmente en el Padre. Su entrega por los demás, su SI total al Padre no ha quedado frustrado, pero antes tiene que pasar el silencio del sábado y esperar con esperanza.

A veces no vemos frutos, ni en nosotros ni en los demás. Tantos años siguiendo a Cristo, tantas misas, tantas horas de oración, tantas lecturas, tanto escuchar y meditar la Biblia y seguimos igual. Sepultémoslo en Cristo y esperemos, no queramos vivir el Domingo de Pascua sin el Sábado Santo, el Aleluya sin el silencio del descenso a la profundidad.

Te adoramos Oh Cristo y te bendecimos Que  por tu santa cruz nos redimiste.


 

Señor, Dios nuestro, que has querido realizar la salvación de todos los hombres por medio de tu hijo, muerto en la cruz,  concédenos, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra este misterio alcanzar en el cielo los premios de la redención. Por Jesucristo.

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