De la
primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.
Os
recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el
cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal
como os lo prediqué... Si no, ¡habríais creído en vano! Porque os transmití, en
primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados,
según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a
más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven
y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los
apóstoles. (1 Cor 15, 1-11)
Oremos:
Cristo
Jesús que has entregado la vida para el perdón de los pecados danos tu gracia para
seguir tus pasos en el camino de la cruz, para adherirnos por la fe a la fuerza
de tu muerte y resurrección. Te lo pedimos a ti que vives y reinas inmortal y
glorioso por los siglos de los siglos. Amén.
Primera
estación: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
De la
primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
Combate el
buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de
la que hiciste aquella solemne profesión delante de muchos testigos. Te recomiendo
en la presencia de Dios que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que
ante Poncio Pilato rindió tan solemne testimonio, que conserves el mandato sin
tacha ni culpa hasta la Manifestación
de nuestro Señor Jesucristo
Ante
Poncio Pilato Nuestro Señor Jesucristo combate el buen combate de la fe. Ha predicado
el Evangelio. Ha saciado a la multitud multiplicando la esperanza con sus signos
y prodigios en medio del pueblo. Y el pueblo con sus representantes religiosos
y ante la autoridad indiferente clama por su muerte mientras que Jesús en
silencio escucha la sentencia final.
Sacerdote:
Señor
Jesús, también nosotros somos puestos a prueba todos los días. Tú que das la vida
al universo concédenos tu fuerza, tu Espíritu Santo, para guardar el mandamiento
sin mancha ni reproche hasta tu manifestación gloriosa. A ti, que vives y
reinas.
Segunda
estación: JESÚS CARGA CON LA CRUZ
De la
carta a los filipenses.
Porque
muchos viven según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas,
como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo fi nal es la perdición, cuyo Dios es
el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan más que en las
cosas de la tierra. Pero nosotros somos ciudadanos del cielo de donde esperamos
como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo
nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de
someter a sí todas las cosas. (Flp 3, 18-21)
El mundo
como enemigo de Dios vive perdidamente, dando culto al vientre, exhibiendo las
vergüenzas, abrazado al propio yo. Y Tú, Cristo, te abrazas en locura de amor a
la Santa Cruz
para devolver al hombre su dignidad inalienable de ser humano de ser hijo de
Dios.
Sacerdote:
Cristo
Jesús, te contemplamos abrazando la Santa Cruz para devolver al hombre su verdadera
ciudadanía, la del cielo. Transforma nuestro cuerpo humilde, según el modelo de
tu cuerpo glorioso. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Tercera
estación: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
De la
carta del apóstol san Pablo a los Gálatas.
Porque,
hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa
libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por amor los unos
a los otros. Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás
a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis y os devoráis mutuamente,
¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros!
Lector 2:
Sobre el
cuerpo de Cristo su cruz imprime el triunfo de la carne sobre su carne que es espíritu y por primera vez se humilla el
Redentor de la vida besando la tierra que oculta la pascua del hombre que se
levanta para vivir del espíritu.
Sacerdote:
Oh Cristo
que te has hecho nuestro esclavo por amor, Tú conoces nuestra débil naturaleza,
te pedimos humildemente que pongas fin a esta destrucción mutua a la que el
hombre está sometido y que con tu gracia marchemos tras el Espíritu. Tú que
vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Cuarta
estación: JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE
De la
carta del apóstol san Pablo a los Gálatas.
Pero la Jerusalén de arriba es
libre; ésa es nuestra madre, pues dice la Escritura : Regocíjate estéril, la que no das
hijos; rompe en gritos de júbilo, la que no conoces los dolores de parto, que
más son los hijos de la abandonada que los de la casada. Y vosotros, hermanos, a
la manera de Isaac, sois hijos de la Promesa.
Lector 2:
En la
sangrienta procesión hasta el Calvario unos ojos de madre y libre se clavan en
el condenado. ¿Quién me ha mirado?, dice Jesús. Señor, cientos de miradas están
sobre ti y ¿cómo dices, quién me ha mirado? Sólo una mirada de mujer, libre,
madre, es destello de luz para el hijo de la Promesa.
Sacerdote:
Señor,
concédenos la fortaleza de tu Madre a fi n de que nosotros nacidos de modo
natural no te persigamos más sino que nacidos por el agua y el espíritu nuestra
mirada se eleve hacia arriba, hacia la Jerusalén libre que nos espera. Tú que vives y
reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Quinta
estación: SIMÓN DE CIRENE LLEVA LA
CRUZ DE JESÚS
De la
segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios.
¡Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y
Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para
poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el
consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!
Lector 2:
Un hombre
ayuda a Cristo a llevar la cruz, siente el aliento divino en su mejilla con el que
puede aguantar los mismos sufrimientos del Redentor de la vida. Simón de
Cirene, eres nuestra esperanza pues eres compañero en el sufrir del Nazareno,
con Él también serás compañero en el buen ánimo por el poder de su Santa
Resurrección.
Sacerdote:
Bendito
seas, Señor Jesucristo, Dios del consuelo. Mira el vacío del hombre sin el don de
tu Espíritu Santo y haznos cireneos de las injusticias de este mundo. Tú que
vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Sexta
estación: LA VERÓNICA
LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
De la
segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios.
Mas todos
nosotros, que con el rostro descubierto refl ejamos como en un espejo la gloria
del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos:
así Es como actúa el Señor, que es Espíritu. (2 Cor 3, 18)
La nueva
alianza brilla en el rostro de Cristo. Su humanidad revela el misterio
insondable de Dios. Podemos contemplar en Cristo, sin velos que la oculten, la
gloria del Señor.
La misma
gloria que el Espíritu Santo nos comunica en el bautismo. Así, el cristiano, iluminado
por la fe brilla entre los hombres como una verdadera imagen, ¡oh Verónica!, reflejo
de la gloria del Padre.
Sacerdote:
Padre
Santo, por el ministerio de la
Verónica la Santa Faz de tu Hijo, impronta de tu ser, queda
impresa en el lienzo. Imprime en nosotros para siempre el sello de tu amor y tu
misericordia. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Séptima
estación: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
De la
carta del apóstol san Pablo a los Filipenses.
Cristo,
siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que
se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los
hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.
El Señor
despojado de su rango se rebajó por obediencia hasta la muerte y una muerte de
cruz. Se rebajó ante el peso de la cruz cayendo al suelo por vez segunda. Cae
por obediencia, por eso Dios lo levanta. También yo muchas veces caigo bajo el
peso de mis pecados y esto me humilla. Sólo el perdón de Dios puede ponerme en
pie, lleno de gratitud y de consuelo.
Sacerdote:
Señor,
viéndote así por nosotros hoy doblamos nuestra rodilla ante tu majestad
inmensa. Concédenos el don de arrodillarnos ante el hermano pobre y desamparado
para servirlo poniéndole en pie, reconociendo su dignidad Te lo pedimos a ti
que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Octava
estación: JESÚS ENCUENTRA A LAS PIADOSAS MUJERES
De la
carta del apóstol san Pablo a los Filipenses.
Estad
siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura
sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por
cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones,
mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias.
No os inquietéis
por cosa alguna, hijas de Jerusalén, y que la paz de Dios custodie vuestros
corazones desgarrados al paso de Cristo Jesús. El Señor está cerca. Levantado en
la cruz trae la alegría al mundo entero.
Sacerdote:
Oh
Cristo, Hijo del Dios vivo, conmovidos por tu gloriosa Pasión te pedimos humildemente
el fruto maduro de nuestra conversión para que llorando nuestros pecados te
sigamos con sincero corazón. Tú que vives y reinas por los siglos de los
siglos. Amén.
Novena
estación: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
De la
segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios.
Para que
no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un ángel de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres
veces he pedido al señor verme libre de él y me ha respondido: te basta mi
gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Por eso, muy a gusto presumo de
mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo.
Tres
veces ha caído Cristo camino del Calvario, tres veces ha sonado la voz del
Padre repitiendo con fuerza a una humanidad caída bajo el peso de sus pecados:
te basta mi gracia, la fuerza se realiza en la debilidad. Cristo débil, Cristo
fuerte. Débil por Cristo, fuerte para Dios.
Sacerdote:
Señor
Jesucristo, concédenos la alegría de que tu fuerza resida en nosotros para que
así en medio de nuestras debilidades, los insultos, las privaciones y las dificultades
sufridas por ti, sigamos nuestro camino en pos de ti. Tú que vives y reinas por
los siglos de los siglos. Amén.
Décima
estación: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURA S
De la
carta del apóstol san Pablo a los Colosenses.
Despojaos
del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando
hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde
no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo,
libre, sino que Cristo es todo y en todos. Revestíos, pues, como elegidos de
Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad,
mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si
alguno tiene queja contra otro.
Cristo es
despojado de sus vestiduras, el hombre desnudo conoce su pequeñez, su inseguridad,
su no ser nada. Cristo despojado para que el hombre sea revestido de su gracia,
de su misericordia y de su paz. Despojados del hombre viejo ahogado en las aguas
bautismales surge un hombre nuevo revestido de Cristo. Entregado con Cristo.
Sacerdote:
Señor
Jesús, Tú te despojaste de tu rango, enséñanos a despojarnos de todo aquello
que es indigno del nombre de cristianos y así formar contigo, que eres nuestra
cabeza, un solo cuerpo. A ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
Undécima estación: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
De la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses.
Sepultados con Cristo en el bautismo, con Él también habéis
resucitado por la fe en la acción de Dios, que resucitó de entre los muertos. Y
a vosotros, que estabais muertos en vuestros
delitos, os vivificó juntamente con Él y nos perdonó todos nuestros pecados.
Clavado en la cruz Cristo crucifica en su persona la lista de
todos nuestros pecados. El dolor de los clavos en su carne inocente hace brotar
la sangre que borra el pecado del mundo. Los duros golpes han fijado en la cruz
al que todo lo puede para que así, quieto, pueda hacer más que nunca por
nosotros, salvarnos.
Sacerdote:
Señor Jesús, has clavado en la cruz la injusta acusación del
hombre que lo sumergía en la miseria de su incapacidad para amar. Te pedimos nos
concedas la gracia de crucificar contigo todas nuestras miserias y así nos
admitas formar parte de tu cortejo triunfal. Te lo pedimos a ti que vives y
reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Duodécima estación: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
De la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses.
Y a vosotros, que en otro tiempo fuisteis extraños y enemigos, por
vuestros pensamientos y malas obras, os ha reconciliado ahora, por medio de la
muerte en su cuerpo de carne, para presentaros santos, inmaculados e
irreprensibles delante de Él.
Oh Dios, has muerto casi sin que nos demos
cuenta, has desaparecido de entre nosotros como ese vecino ignorado al que varios meses después
de muerto recordamos con una pregunta vaga y absurda sobre su paradero. Oh Dios
tu buena muerte ha sido para nosotros sólido cimiento para construir la vida fi
rmes en la fe e inconmovibles en la esperanza. Oh Dios, te damos gracias
invocando tu nombre santo y glorioso.
Sacerdote:
Señor,
con tu muerte en la cruz nos has reconciliado con el Padre para siempre. Te
damos gracias por tu entrega, por tu Evangelio, por tu amor hacia el hombre; un
amor que es más fuerte que la muerte. Tú que vives y reinas por los siglos de
los siglos. Amén.
Decimotercera
estación: JESÚS ES BAJADO DE LA
CRUZ
De la
carta del apóstol san Pablo a los Colosenses.
Él nos
libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor,
en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados.
Por la Encarnación el Hijo de
Dios desciende del cielo y se hace hombre. Después de la muerte en cruz desciende
el cuerpo de Cristo inerte y es depositado como en Belén en el dulce regazo de
su madre que repite entre espada de plata en su corazón: “Por nosotros los
hombres, y por nuestra salvación…”
Sacerdote:
Oh
Cristo, luz en la oscuridad del hombre, Tú nos has liberado del poder de las
tinieblas reconstruyendo la alianza nueva y eterna por la sangre de tu cruz.
Mira ahora a tu Iglesia que te sostiene en sus brazos de Madre en tantos pobres
y desamparados, no nacidos violentados, enfermos y ancianos despreciados y
danos tu paz. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Decimocuarta
estación: JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO
De la
segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
Acuérdate
de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi
Evangelio; por Él estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está
encadenada. Por esto todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos
alcancen la salvación que está en Cristo Jesús con la gloria eterna.
Depositado
con premura el cuerpo de Cristo en el sepulcro, resuena el anuncio de una Pascua
reiterada que se profetiza única, auténtica, eterna. Si hemos muerto con Él, también
viviremos con Él. Su santa resurrección es el signo de la fidelidad y la
paciencia del Padre.
Sacerdote:
Señor
Jesucristo Redentor del género humano que has soportado el Calvario, la cruz y la
sepultura para salvar al hombre de su destino fatal, te pedimos nos concedas el
don de la perseverancia final. Tú que vives y reinas por los siglos de los
siglos. Amén.
ORA
CIÓN FINAL
Señor, Tú
has revestido nuestra carne mortal con el traje festivo de la inmortalidad para
que se cumpla en nuestra vida la palabra escrita para todos los tiempos, la
muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria?
¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la
fuerza del pecado es la ley. ¡Demos gracias a Dios con gritos de júbilo puesto
que nos da la victoria por Nuestro Señor Jesucristo! Al concluir este
itinerario, hermanos míos queridos, con la fuerza del Espíritu Santo manteneos
firmes y constantes. Trabajad por la transformación del mundo, esto es lo que
nos pide el Señor, sin reservas, convencidos de que Tú, Señor, no dejarás sin recompensa
nuestra fatiga. A ti la gloria, el poder y el reino por los siglos de los
siglos.
Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario