Primera estación: Jesús condenado a muerte
Del evangelio
según San Lucas:
El ángel le
dijo: No temas, María, pues Dios te ha concedido su favor. Concebirás y darás a
luz un hijo, al que le pondrás por nombre Jesús. (Lc 1, 30).
El Hijo fue
enviado al mundo con una misión, dar la vida por los hombres, descendiendo
hasta asumir nuestras miserias.
Jesús, ayúdame
a no tener miedo a empequeñecerme hasta ser invisible para los demás.
Segunda estación: Jesús con la cruz a cuestas
Del
evangelio según san Lucas:
Mientras
estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre (Lc 2, 7).
El
Hijo en las entrañas de María recorrió las calles de Belén, abandonó la Ciudad
de David y nació a las afueras de ella, en alusión a la muerte que iba a
sufrir.
Jesús,
¡cuántas veces en mi vida he realizado el mismo recorrido que tú! Me hubiese
gustado fuesen las circunstancias diferentes y sin embargo, pero se que tú me
acompañabas.
Tercera estación: Jesús cae por primera vez bajo la cruz
Del
evangelio de san Mateo:
Entonces
el Espíritu llevó a Jesús al desierto, para que el diablo lo pusiera a prueba
(Mt 4,1).
La
vida terrenal del Hijo fue una constante prueba entre la fidelidad al Padre y
la tentación de vivir al margen de Él.
Señor,
también mi vida es una constante prueba donde tengo que optar entre servirme a
mí o servirte a ti. Que tu espíritu me ayude, cuando caigo a volver a mirarte y
seguir amando al Padre.
Cuarta estación: Jesús encuentra a su santísima Madre
Se
acabó el vino, y entonces la madre de Jesús le dijo: No les queda vino (Jn 2,
3).
El
Hijo nació de Santa María Virgen. Ella comparte el camino de la cruz de Jesús y
con Él de todos los crucificados. Se acerca al Hijo, quien rodeado de odio,
tiene sed de una mirada de afecto.
Señor,
mira mi corazón. También está vacío. Necesita ser más amado y amar con toda su
alma, al Padre y a quienes le rodean, ser tinaja rebosante de vino, donde todos
sacien la sed de una palabra profunda y sincera, una mano tendida, una cálida
mirada y sin embargo, sólo puedo ofrecerles un cántaro vacío. Que tu Madre
interceda por mí.
Quinta estación: Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la cruz
Del
evangelio según san Lucas:
Él
les respondió: mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios
y la ponen en práctica (Lc 8, 21).
El
Hijo necesita de nosotros. La Palabra eterna del Padre quiere alcanzar a todos
los hombres para salvarlos mediante aquellos que la escuchan y la practican.
Señor,
hoy quiero ser tu Cireneo, el africano que toma tu cruz. Ir más allá de la
visión piadosa, pues ayudarte es acoger tu Palabra y proclamarla,
particularmente con una vida de compasión y misericordia.
Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro a Jesús
Del
evangelio según san Juan:
María
se presentó con un frasco de perfume muy caro, casi medio litro de nardo puro y
ungió con él los pies de Jesús (Jn 12, 3).
Una
mujer unge al Hijo, aludiendo a su pasión. Ella reconoce en el huésped de
Nazaret al Hijo de Dios.
Señor,
¡cuántas personas han mostrado conmigo la misma ternura que María! En esta
estación quiero pedirte por ellas, por las que han cuidado de mí desde que
nací, por las manos que curaron mis heridas e indigencia.
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez
Del
evangelio según san Lucas:
Mientras
oraba cambié el aspecto de su rostro y sus vestidos se volvieron de una
blancura resplandeciente (Lc 9, 29).
La
obediencia al Padre necesitaba de la oración. Ante la opción de permanecer en
Galilea o emprender el viaje a Jerusalén Jesús cae, pero mira a lo alto, ora y
el Padre lo levanta.
Señor,
en mi vida hay circunstancias que me obligan a tomar una decisión, adentrándome
en la oscuridad. Necesito de ti, de tu Palabra, para buscar el camino que me
conduzca a tu voluntad.
Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén
Del
evangelio según san Marcos:
Estad
alerta, porque no sabéis cuándo llegará el momento (Mc 13, 33).
El
Hijo vendrá a juzgar a vivos y muertos, nuestra misión es estar vigilantes. Así
la oración adelanta ese momento, por cuanto nuestra vida queda bajo la mirada
de quien desvela nuestras luces y sombras.
Señor,
muchas veces sólo me preocupo de las cruces ajenas, llorando por los pecados de
los demás y olvidando ser yo también uno de los que te azotan y obligan a
cargar con la cruz, juzgando a los otros y hablando mal de ellos.
Novena estación: Jesús cae por tercera vez bajo la cruz
Del
evangelio de san Marcos:
Decía:
¡Abbá, Padre! Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura. Pero no
se haga como yo quiero, sino como quieres tú.
Culminan
las caídas del Hijo. Experimenta el peso de la frágil condición humana. Pero
sigue confiando en Abbá. El Hijo sabe que todo lo que es lo es por el Padre.
Señor.
Te confieso no avergonzarme de haber llorado ante ti mi impotencia ante los
conflictos que sospechaba iba a sufrir y confieso ante mis hermanos haber sido
escuchado por ti.
Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Del Evangelio según san Mateo:
Entonces todos los discípulos lo abandonaron (Mt
26,56).
Este fue el despojo más doloroso para el Hijo. El
profundo, el que realmente hiere el alma. Nadie de aquellos por quienes va a
ofrecer su vida, a los que ha mostrado una ternura y compasión sin límites, va
a estar con Él en su pasión. Sus amigos, ante la cruz, marcan la distancia.
Señor ¿y yo? También, ante aquellos compañeros
que sufren moving o son destronados de su posición, me distancio, mi trato
cambia.
Undécima estación: Jesús clavado en la cruz
Del evangelio según san Mateo:
Él
les dijo: pues, ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaron más fuerte:
¡crucifícalo! (Mt 27,23).
El
Hijo siendo inocente fue condenado a muerte, uniendo su vida a la de tantos
inocentes injustamente torturados y asesinados.
Señor,
¿qué mal ha hecho este africano? Cruzó el Estrecho para salvar la vida de su
familia, fue encarcelado en el Centro de Internamiento de Extranjeros de
Valencia por ser ilegal y es acosado constantemente por la policía. Y
respondemos, crucifícalo, expulsadlo de España. Unos verbalmente, otros con
nuestro silencio.
Duodécima estación: Jesús muere en la cruz
Del
evangelio según san Marcos:
Y
a eso de las tres gritó Jesús con fuerte voz: Eloí, Eloí, ¿lemá sabaktani? ¿por
qué me has abandonado? (Mc 15, 36).
Es
el abandono total del Hijo, descendiendo a los infiernos de la soledad más
profunda redimió el pecado de la humanidad: la indiferencia.
Señor,
hoy en la cercanía y en la distancia, hay hijos tuyos que claman al cielo. ¿Y
yo como respondo? Unas veces les escucho, visito o colaboro con Cáritas y los
misioneros. Otras, miro hacia otra parte, me tapo los oídos con las manos de
mis pequeños actos de generosidad y piedad.
Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su Santísima Madre
Del
evangelio según san Juan:
Cerca
del lugar donde fue crucificado Jesús había un huerto y, en el huerto, un
sepulcro nuevo en el que nadie había sido enterrado. Allí, pues depositaron a
Jesús. (Jn 19,41).
Las
entrañas de María anuncian las entrañas de la madre Tierra. Ella fue el huerto
donde el Verbo acampó en espera del nacimiento.
Señor,
yo soy ese huerto. Tú has acampado en mí, en la oscuridad de mi gruta interior
se que Tú habitas.
Decimocuarta estación: Jesús es puesto en el sepulcro
Del
evangelio según san Juan:
Los
discípulos regresaron a casa. María, en cambio, se quedó allí, junto al
sepulcro, llorando. (Jn 20,10).
No
todo ha concluido. Una mujer espera en el huerto, su corazón llora porque ama
al Hijo de Dios. Y en la mañana de la Pascua, la espera recibe su recompensa.
Señor.
Al concluir el via crucis, también deseo permanecer contigo, cuando Tú te
alejas de mí, llorando tu ausencia, en espera del reencuentro con quien me ama
hasta ofrecer su vida por mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario