martes, 11 de marzo de 2014

Via crucis con los salmos


 

I ESTACIÓN. JESÚS ES CONDENADO A MUERTE.

Comparecían testigos violentos,

me interrogaban de cosas que ni sabía,

me pagaban mal por bien

dejándome desamparado. (Sal 35, 11-12).

Jesús como el salmista experimenta la soledad. La mayoría le condenan, el resto permanece en silencio. Es el dolor del inocente condenado a muerte.

Señor te pedimos nos ayudes a llevar una vida recta, aún sabiendo que ella nos condenara a la soledad.

 

II ESTACIÓN. JESÚS CARGA CON LA CRUZ.

Exulte la campiña y cuanto hay en ella,

aclamen los árboles silvestres

delante del Señor que ya llega

llega a regir la tierra. (Sal 96, 12)

Cristo toma la cruz, como un Señor, es su trono. El camino es un camino que no concluye con su muerte sino con la resurrección y el triunfo del Rey del Universo.

Señor, que veamos en tu cruz un camino de fe, por encima de todo. Fe en la victoria sobre el pecado a través de tu muerte.

 

III ESTACIÓN. JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ.

Defiéndeme, Señór, de la mano perversa,

guárdame de los hombres violentos

que planean desbaratar mis pasos;

soberbios que esconden trampas,

criminales que me tienden redes. (Sal 140, 5-6)

El camino de la cruz es el camino de la confianza total en el Padre. Cristo cae, pero confía, sabe que Dios le protege a pesar de la violencia que le rodea.

Señor, abre nuestros ojos para que veamos tu mano protectora en medio de las dificultades y tropiezos.

 

 

IV ESTACIÓN. JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE.

De pie a tu derecha está la reina

enjoyada con oro de Ofir.

Prendado está el rey de tu belleza. (Sal 45, 10.12)

María es la reina que presenta el Salmo 45. En el camino de la cruz, del amor, sale al encuentro del Rey y Cristo queda prendado por la belleza de la Madre, que le amó hasta la cruz.

Señor, gracias por María, ella es la reina enjoyada con el oro de la fe, su rostro, su persona y su vida cautiva nuestro corazón.

 

 

 

 

V ESTACIÓN. EL CIRENEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ.

¡Sálvame, Dios,

que me llega el agua al cuello.

Me hundo en un cieno profundo

y no puedo hacer pie;

me he adentrado en aguas hondas

y me arrastra la corriente” (Sal 69, 2-3)

Cristo mira al cielo y clama. No puede más, se hunde. Y Dios escucha la oración del Hijo y a través de los soldados y un hombre, Simón de Cirene, sale en su ayuda.

Señor, muchas veces, cuando nos hundimos en el cieno profundo del dolor, buscamos tu ayuda mediante milagros y olvidamos que tú siempre nos ayudas de la forma más humana, a través de los médicos y quienes nos cuidan.

 

 

VI ESTACIÓN. LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS.

El Señor se asoma desde el cielo

sobre los hijos de Adán

para ver si hay alguno sensato

que busque a Dios. (Sal 53, 2)

Y rodeado de tanto necio que buscan la muerte de Cristo, hay uno, una mujer que busca a Dios y lo encuentra en el hombre que camina hacia el Gólgota, llevando su Cruz, Jesús.

Señor, ayúdanos a encontrarte en el hermano que lleva su cruz, especialmente en el marginado por la sociedad.

 

VII ESTACIÓN. JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ.

Dios de mi alabanza, no te hagas el sordo,

que soy un pobre desgraciado.

Voy pasando como sombra que se alarga,

me sacuden como a la langosta.

Se me doblan las rodillas de ayunar.

Soy la burla de ellos,

al verme sacuden la cabeza. (Sal 109, 1.23-25)

Cristo sigue llevando su cruz. Cae, eleva el rostro hacia el cielo y ora con las oraciones que aprendió de pequeño, los salmos. Siente suyas las palabras del justo maltratado. Sólo en Dios encuentra fortaleza aquel a quien le devuelven mal por bien, odio por amor.

Señor, te pedimos para que no tengamos miedo a hacer el bien a los demás, aunque muchas veces como al salmista y a ti, nos lo devuelvan con una boca perversa y traicionera.

 

 VIII ESTACIÓN. JESÚS AMONESTA  A LAS MUJERES DE JERUSALÉN.

Dígnate favorecer a Sión

y reconstruye la muralla de Jerusalén;

entonces aceptarás sacrificios legítimos,

ofrendas y holocaustos. (Sal 51,20)

Cristo anuncia la destrucción de Jerusalén. Será entonces cuando surgirá el lamento del pueblo de Dios. Jesús espera que un día, su pueblo haga suyas las palabras del Miserere, reconozca su pecado y pida a Dios el perdón, por haber cortado el leño verde.

Señor, nuestro corazón al contemplarte no llora por tu sufrimiento, sino por nuestro pecado. Misericordia Señor, que hemos pecado contra ti, contra ti sólo hemos pecado.

 

IX ESTACIÓN. JESÚS CAE POR TERCERA VEZ.

Que no me arrastre la corriente,

que no trague el torbellino.

Respóndeme, Señor, con tu lealtad insigne,

por tu gran compasión vuélvete hacia mí.

no escondas el rostro a tu siervo,

que estoy en peligro: respóndeme pronto. (Sal 69, 16-17)

Rostro en tierra, experimenta la amargura del sufrimiento y pide al Padre que el dolor no acabe con él. Es precisamente la confianza en el Padre la que levanta su cuerpo y su cruz.

Señor, en los momentos de duda o sufrimiento, no me escondas tu rostro, pues sólo tu mirada podrá levantarme.

 

X ESTACIÓN. JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS.

Pero yo soy un gusano, no un hombre:

afrenta de la gente, despreciado del pueblo;

al verme se burlan de mí,

hacen visajes, menean la cabeza. (Sal 22, 7)

Jesús asume la condición del Siervo. Los golpes y salivazos, los azotes y la corona de espinas, el camino llevando la cruz han desfigurado su rostro. Despojado se presenta ante los hombres como un gusano y lejos de provocar lástima provoca el desprecio y la burla de quienes le contemplan.

Señor, en nuestro mundo igual que se levanta a una persona se le hunde, te pedimos para que nunca nos dejemos arrastrar por la masa, aquellos que desprecian a los que son humillados.

 

XI ESTACIÓN. JESÚS ES CRUCIFICADO.

Taladran mis manos y mis pies,

puedo contar mis huesos.

Ellos me miran triunfantes:

se reparten mis vestidos,

se sortean mi túnica. (Sal 22, 17-19)

Jesús ofrece sus manos a los verdugos, mientras recita en su interior este salmo. En este libro están retratada la persona de Jesús y él funde sus sentimientos con esta oración, que pone toda su confianza en Dios.

Señor, ayúdanos a meditar los salmos, tu oración, para así tener tus mismos sentimientos.

 

XII ESTACIÓN. JESÚS MUERE EN LA CRUZ.

Me derramo como agua,

se me descoyuntan los huesos;

mi corazón, como cera,

se derrite en mis entrañas;

seca como una teja mi garganta,

la lengua pecada al paladar.

Me aplastas contra el polvo de la muerte. (Sal 22, 15-16)

Durante las horas de angustia en la cruz, Jesús trató de soportar el sufrimiento recitando los salmos. A través de ellos se unió al Padre y así pudo mantenerse fiel a su voluntad hasta el final.

Señor, en nuestra cruz haz que encontremos en los salmos las palabras que expresen nuestros sentimientos y nos ayuden a mantenernos fieles a ti, a pesar de la oscuridad y el silencio.

 

XIII ESTACIÓN. JESÚS ES DEPOSITADO SOBRE LOS BRAZOS DE SU MADRE.

El Señor es mi pastor: nada em falta.

En verdes praderas me hace recostar,

me conduce hacia fuentes tranquilas

y repara mis fuerzas. (Sal 23, 1-3)

Todo ha concluido. Cristo muerto descansa en los brazos de María, su madre. Ella es la verde pradera regada por la gracia donde reposa el cuerpo sin vida de Jesús.

Señor, gracias por el regalo de tu madre María. ¡Cuantos momentos hemos encontrado al acercarnos a ella, al contemplarla en la Virgen de Loreto, la fuente tranquila que repara nuestras fuerzas.

 

XIV ESTACIÓN. JESÚS ES SEPULTADO Y RESUCITA AL TERCER DÍA.

Por eso se me alegra el corazón,

siento un gozo entrañable,

aun mi carne habita segura;

pues no entregarás mi vida al Abismo,

ni dejarás al fiel tuyo ver la fosa;

me enseñarás un camino de vida,

me colmarás de gozo en tu presencia. (Sal 16, 9-11)

La vida de Cristo no termina en el sepulcro sino en la resurrección. La confianza del salmista haya su cumplimiento en la Resurrección de Jesucristo, el justo sabe que al final la muerte no tiene la última palabra, sino el amor de Dios que triunfa.

Señor, abre nuestro  corazón a la esperanza del triunfo del bien, el amor y la verdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario