I
ESTACIÓN. JESÚS ES CONDENADO A MUERTE.
Comparecían
testigos violentos,
me
interrogaban de cosas que ni sabía,
me
pagaban mal por bien
dejándome
desamparado. (Sal 35, 11-12).
Jesús
como el salmista experimenta la soledad. La mayoría le condenan, el resto
permanece en silencio. Es el dolor del inocente condenado a muerte.
Señor
te pedimos nos ayudes a llevar una vida recta, aún sabiendo que ella nos
condenara a la soledad.
II
ESTACIÓN. JESÚS CARGA CON LA CRUZ.
Exulte la campiña y cuanto hay en ella,
aclamen los árboles silvestres
delante del Señor que ya llega
llega a regir la tierra. (Sal 96, 12)
Cristo toma la cruz, como un Señor, es su trono. El camino
es un camino que no concluye con su muerte sino con la resurrección y el triunfo
del Rey del Universo.
Señor, que veamos en tu cruz un camino de fe, por encima de
todo. Fe en la victoria sobre el pecado a través de tu muerte.
III
ESTACIÓN. JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ.
Defiéndeme, Señór, de la mano perversa,
guárdame de los hombres violentos
que planean desbaratar mis pasos;
soberbios que esconden trampas,
criminales que me tienden redes. (Sal 140, 5-6)
El camino de la cruz es el camino de la confianza total en
el Padre. Cristo cae, pero confía, sabe que Dios le protege a pesar de la
violencia que le rodea.
Señor, abre nuestros ojos para que veamos tu mano protectora
en medio de las dificultades y tropiezos.
IV
ESTACIÓN. JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE.
De
pie a tu derecha está la reina
enjoyada
con oro de Ofir.
Prendado
está el rey de tu belleza. (Sal 45, 10.12)
María
es la reina que presenta el Salmo 45. En el camino de la cruz, del amor, sale
al encuentro del Rey y Cristo queda prendado por la belleza de la Madre, que le
amó hasta la cruz.
Señor,
gracias por María, ella es la reina enjoyada con el oro de la fe, su rostro, su
persona y su vida cautiva nuestro corazón.
V
ESTACIÓN. EL CIRENEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ.
¡Sálvame,
Dios,
que
me llega el agua al cuello.
Me
hundo en un cieno profundo
y
no puedo hacer pie;
me
he adentrado en aguas hondas
y
me arrastra la corriente” (Sal 69, 2-3)
Cristo
mira al cielo y clama. No puede más, se hunde. Y Dios escucha la oración del
Hijo y a través de los soldados y un hombre, Simón de Cirene, sale en su ayuda.
Señor,
muchas veces, cuando nos hundimos en el cieno profundo del dolor, buscamos tu
ayuda mediante milagros y olvidamos que tú siempre nos ayudas de la forma más
humana, a través de los médicos y quienes nos cuidan.
VI
ESTACIÓN. LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS.
El
Señor se asoma desde el cielo
sobre
los hijos de Adán
para
ver si hay alguno sensato
que
busque a Dios. (Sal 53, 2)
Y
rodeado de tanto necio que buscan la muerte de Cristo, hay uno, una mujer que
busca a Dios y lo encuentra en el hombre que camina hacia el Gólgota, llevando
su Cruz, Jesús.
Señor,
ayúdanos a encontrarte en el hermano que lleva su cruz, especialmente en el
marginado por la sociedad.
VII
ESTACIÓN. JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ.
Dios
de mi alabanza, no te hagas el sordo,
que
soy un pobre desgraciado.
Voy
pasando como sombra que se alarga,
me
sacuden como a la langosta.
Se
me doblan las rodillas de ayunar.
Soy
la burla de ellos,
al
verme sacuden la cabeza. (Sal 109, 1.23-25)
Cristo
sigue llevando su cruz. Cae, eleva el rostro hacia el cielo y ora con las oraciones
que aprendió de pequeño, los salmos. Siente suyas las palabras del justo
maltratado. Sólo en Dios encuentra fortaleza aquel a quien le devuelven mal por
bien, odio por amor.
Señor,
te pedimos para que no tengamos miedo a hacer el bien a los demás, aunque
muchas veces como al salmista y a ti, nos lo devuelvan con una boca perversa y
traicionera.
VIII
ESTACIÓN. JESÚS AMONESTA A LAS MUJERES
DE JERUSALÉN.
Dígnate
favorecer a Sión
y
reconstruye la muralla de Jerusalén;
entonces
aceptarás sacrificios legítimos,
ofrendas
y holocaustos. (Sal 51,20)
Cristo
anuncia la destrucción de Jerusalén. Será entonces cuando surgirá el lamento
del pueblo de Dios. Jesús espera que un día, su pueblo haga suyas las palabras
del Miserere, reconozca su pecado y pida a Dios el perdón, por haber cortado el
leño verde.
Señor,
nuestro corazón al contemplarte no llora por tu sufrimiento, sino por nuestro
pecado. Misericordia Señor, que hemos pecado contra ti, contra ti sólo hemos
pecado.
IX
ESTACIÓN. JESÚS CAE POR TERCERA VEZ.
Que
no me arrastre la corriente,
que
no trague el torbellino.
Respóndeme,
Señor, con tu lealtad insigne,
por
tu gran compasión vuélvete hacia mí.
no
escondas el rostro a tu siervo,
que
estoy en peligro: respóndeme pronto. (Sal 69, 16-17)
Rostro
en tierra, experimenta la amargura del sufrimiento y pide al Padre que el dolor
no acabe con él. Es precisamente la confianza en el Padre la que levanta su
cuerpo y su cruz.
Señor,
en los momentos de duda o sufrimiento, no me escondas tu rostro, pues sólo tu
mirada podrá levantarme.
X
ESTACIÓN. JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS.
Pero
yo soy un gusano, no un hombre:
afrenta
de la gente, despreciado del pueblo;
al
verme se burlan de mí,
hacen
visajes, menean la cabeza. (Sal 22, 7)
Jesús
asume la condición del Siervo. Los golpes y salivazos, los azotes y la corona
de espinas, el camino llevando la cruz han desfigurado su rostro. Despojado se
presenta ante los hombres como un gusano y lejos de provocar lástima provoca el
desprecio y la burla de quienes le contemplan.
Señor,
en nuestro mundo igual que se levanta a una persona se le hunde, te pedimos
para que nunca nos dejemos arrastrar por la masa, aquellos que desprecian a los
que son humillados.
XI
ESTACIÓN. JESÚS ES CRUCIFICADO.
Taladran
mis manos y mis pies,
puedo
contar mis huesos.
Ellos
me miran triunfantes:
se
reparten mis vestidos,
se
sortean mi túnica. (Sal 22, 17-19)
Jesús
ofrece sus manos a los verdugos, mientras recita en su interior este salmo. En
este libro están retratada la persona de Jesús y él funde sus sentimientos con
esta oración, que pone toda su confianza en Dios.
Señor,
ayúdanos a meditar los salmos, tu oración, para así tener tus mismos
sentimientos.
XII ESTACIÓN. JESÚS MUERE EN LA CRUZ.
Me derramo como agua,
se me descoyuntan los huesos;
mi corazón, como cera,
se derrite en mis entrañas;
seca como una teja mi garganta,
la lengua pecada al paladar.
Me aplastas contra el polvo de la muerte. (Sal 22, 15-16)
Durante las horas de angustia en la cruz, Jesús trató de
soportar el sufrimiento recitando los salmos. A través de ellos se unió al
Padre y así pudo mantenerse fiel a su voluntad hasta el final.
Señor,
en nuestra cruz haz que encontremos en los salmos las palabras que expresen
nuestros sentimientos y nos ayuden a mantenernos fieles a ti, a pesar de la
oscuridad y el silencio.
XIII
ESTACIÓN. JESÚS ES DEPOSITADO SOBRE LOS BRAZOS DE SU MADRE.
El
Señor es mi pastor: nada em falta.
En
verdes praderas me hace recostar,
me
conduce hacia fuentes tranquilas
y
repara mis fuerzas. (Sal 23, 1-3)
Todo
ha concluido. Cristo muerto descansa en los brazos de María, su madre. Ella es
la verde pradera regada por la gracia donde reposa el cuerpo sin vida de Jesús.
Señor,
gracias por el regalo de tu madre María. ¡Cuantos momentos hemos encontrado al
acercarnos a ella, al contemplarla en la Virgen de Loreto, la fuente tranquila
que repara nuestras fuerzas.
XIV
ESTACIÓN. JESÚS ES SEPULTADO Y RESUCITA AL TERCER DÍA.
Por
eso se me alegra el corazón,
siento
un gozo entrañable,
aun
mi carne habita segura;
pues
no entregarás mi vida al Abismo,
ni
dejarás al fiel tuyo ver la fosa;
me
enseñarás un camino de vida,
me
colmarás de gozo en tu presencia. (Sal 16, 9-11)
La
vida de Cristo no termina en el sepulcro sino en la resurrección. La confianza
del salmista haya su cumplimiento en la Resurrección de Jesucristo, el justo
sabe que al final la muerte no tiene la última palabra, sino el amor de Dios
que triunfa.
Señor,
abre nuestro corazón a la esperanza del
triunfo del bien, el amor y la verdad.
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