martes, 11 de marzo de 2014

Via crucis junior comprometido como María con Cristo


 

Primera estación: Jesús condenado a muerte


Del evangelio de San Lucas:

Dijo María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38).

El camino de la cruz en María comienza con un anuncio y una respuesta. Ella acoge a quien un día tomará su cruz y subirá con ella al Gólgota y al acogerle se identifica con Cristo.

También nuestro camino comienza con un hágase, es decir, que Cristo se haga cuerpo en nosotros, identificándonos totalmente con Él.

El sí del junior comienza después de decirle sí a Jesús, acogiéndole en la Primera Comunión. El sí del educador comienza después de decirle sí a Jesús, acogiendo el Espíritu en la confirmación.

 

Segunda estación: Jesús con la cruz a cuestas


Del evangelio de San Lucas:

Dió a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada (Lc 2,7).

María dio a luz al Hijo de Dios. Belén no tiene sitio para él, Nazaret lo expulsa y Jerusalén le carga la cruz y lo crucifica fuera de la ciudad. María compartió el camino del Hijo.

Los cristianos tampoco, como María y Jesús, tenemos lugar en las ciudades. Cuando se vive coherentemente con el Evangelio molestamos, nuestra defensa de la vida, desde su concepción hasta su final, provoca el rechazo por parte de los medios de comunicación y de la sociedad.

El primer rito del junior es el crismón y en él se encuentra la cruz, de este modo decimos sí a ella, a cargar con las consecuencias de una vida marcada por el seguimiento de Jesús, que incluye el rechazo y la burla.

 


Tercera estación: Jesús cae por primera vez bajo la cruz


Del evangelio de san Lucas:

¡A ti misma una espada te atravesará el alma! (Lc 2,35).

 Fue en el templo donde el anciano Simeón le anunció la cruz. El Hijo que tanto amaba caería un día bajo el peso de ella y se levantaría para iluminar a los pueblos. María tuvo que aprender con dolor a derribar las torres del triunfalismo.

Nuestro sí está marcado por las caídas, las dudas, el para qué llevar una vida diferente, en fidelidad al Evangelio. 

Muchos abandonan el movimiento cuando ser junior no es sólo jugar, sino jugársela por Cristo.

Cuarta estación: Jesús encuentra a su santísima Madre


 Del evangelio de Lucas:

¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? (Lc 2,49)

Fue el encuentro con Jesús, después de tres días de ausencia y el Hijo le respondió anunciando su final. También en la cruz, después de unos días de ausencia la Madre encuentra al Hijo, en silencio la misma respuesta: había sido enviado para volver a la Casa del Padre, y ahora él estaba recorriendo este camino.

A Jesús no lo encontramos donde queremos que esté, sino donde él quiere estar, en la Iglesia, en los momentos de silencio y oración, junto a los que andan llevando la cruz por este mundo. A veces no lo encontramos porque a diferencia de María no vamos a buscarlo donde ésta.

María salió de su casa, su pueblo, lo dejó todo para ir al encuentro de Cristo en el Templo y en la Via Dolorosa. También nosotros dejamos a Jesús para ir a su encuentro en la Iglesia, las capillas, los campamentos y los caminos donde andan los que sufren.

 

Quinta estación: Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la cruz


Del evangelio de San Lucas:

Jesús volvió con ellos a Nazaret y vivió sujeto a ellos (Lc 2, 51).

Durante aquellos años de vida oculta en Nazaret María acompañó a Jesús, le ayudó a aprender sufriendo a obedecer, a caminar llevando la cruz de la vida cotidiana y del trabajo.

La vida del cristiano no es fácil, muchas veces tenemos la tentación de dejarnos arrastrar por quienes al margen de la cruz nos invitan a abandonarla y volver a la comodidad de ser espectadores. Pero con nosotros hay cireneos que nos ayudan a seguir, el sacerdote, la catequista, el monitor, el padre y la madre cristiana, la esposa o el esposo comprometido con la Iglesia.

¡Cuántas veces habríamos abandonado el Centro si junto a nosotros no se hubiese encontrado ese sacerdote o educador!

 

Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro a Jesús


Del evangelista San Lucas:

Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón (Lc 2, 51).

  Como la Verónica María fue el paño blanco en el que Jesús enjugó sus lágrimas, conservándolas en su corazón.

La oración es en nuestra vida el paño que también enjuga nuestras lágrimas, el presencia callada donde vertemos nuestros sufrimientos.

El grupo es el ámbito que acoge nuestros cansancios y preocupaciones.

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez


 Del evangelista San Lucas:

Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen (Lc 8,21).

 María aprendió cayendo, desmontando la imagen que ella tenía del Hijo. Para Jesús lo fundamental no era la sangre, de ella no esperaba una madre como todas, sino una discípula. Y no fue fácil, cayó, cayeron sus esquemas, se derrumbó la maternidad natural, para surgir y levantarse la maternidad espiritual, fruto del camino del discípulado, del camino de la cruz.

Nosotros necesitamos desmontar constantemente los esquemas preconcebidos, nuestras seguridades, cuestionar nuestra fe, caer y sentirnos perdidos, como el adolescente, para que surja la siempre novedad del Evangelio.

Las crisis forma parte del camino del junior y del educador, de ellas surge un nuevo junior y educador, que volverá a caer para que surja otro, fiel al ideal de educador que en ese momento Jesús desea.

 

Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén


Del evangelio de San Mateo:

Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen (Mt 2,18).

La pasión de Jesús llevó a María a unirse al lamento de Raquel, de las mujeres judías sometidas a la violencia, de las madres que lloran el dolor de sus hijos, por eso su llanto, frente a las lágrimas de las plañideras, es auténtico, fruto de su compromiso real con las lágrimas de las mujeres víctimas.

¿Y nosotros como cristianos, lloramos con los que lloran, hacemos realmente nuestro el sufrimiento de los inocentes? ¿las madres que han perdido un hijo y las mujeres maltratadas?

La labor del movimiento junior es sacarnos del margen, de ser meros espectadores de la vida para comprometernos con los que caminan llevando la cruz, no sólo denunciando o sintiendo el dolor de los marginados, sino sufriéndolo con ellos.

 

 

Novena estación: Jesús cae por tercera vez bajo la cruz


Del evangelio de San Lucas:

Porque llegarán días en los que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! (Lc 23, 31).

María discípula también se preguntó si valió la pena aquel sí, caer con Cristo es derrumbarse, es plantearse existencialmente si valió la pena darlo todo por Él, cuando se está recibiendo cansancio, agotamiento, soledad, desolación.

¡Tanto para tan poco! En el camino del creyente surge esta exclamación. El camino no ofrece nada, la recompensa no está en la Via Dolorosa, ni siquiera en el Gólgota, el Viernes Santo es día para ir sembrando y llorando. Hemos de esperar que pase el silencio del Sábado Santo para descubrir el sentido auténtico, la recompensa de toda una vida entregada a Cristo, en el Domingo de Pascua, en el Sepulcro vacío, en el gozo del encuentro con el Padre.

Si pensásemos más en el Domingo de Pascua, si nuestro ser junior fuese pascual, muchos no habrían abandonado el centro cuando las circunstancias no eran como ellos esperaban.

 

Décima estación: Desnudan a Jesús, y le dan de beber hiel.


Del evangelista San Juan:

Mujer, ahí tienes a tu hijo (Jn 19, 25).

La vida de María fue un despojarse de su maternidad humana, para ser Madre de todos los creyentes. En la cruz María renace como Mujer, no como una mujer más, sino como la Mujer, la Nueva Eva, la Madre de los que renazcan por el bautismo, de los hijos de la Iglesia.

También nuestra vida como cristianos es despojarnos a nosotros para que sea Cristo quien viva en nosotros.

El educador es el que se despoja de sus ideas y de su protagonismo, para que sea Cristo el auténtico protagonista en la vida del grupo.

 

Undécima estación: Jesús clavado en la cruz


Del Evangelista San Juan:

Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa (Jn 19,27).

María se une a la Iglesia, su vida quedará vinculada no sólo a Jesús sino a la comunidad que el Hijo ha engendrado en la cruz.

Nuestra vida es inseparable a la Iglesia, unidos a ella por el bautismo, somos uno con sus luces y sombras, con su cruz.

Los juniors somos un movimiento de la Iglesia, sin este estar clavados, unidos a ella, como los sarmientos a la vid, no tiene sentido ser junior, de ella brota nuestra identidad, sin ella el centro es una rama seca desgajada del árbol.

Duodécima estación: Jesús muere en la cruz


Del Evangelio de San Juan:

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de suy madre, María, la mujer de Clopás, y María Magdalena (Lc 19,23).

Un sí hasta la cruz. María fue fiel a Dios hasta entregar a su Hijo, permaneciendo al pie del madero, escuchando el clamor de Cristo.

La cruz es bella, cuando es motivo de ornamentación, la cruz es terrible cuando es motivo de exclusión. ¿Qué cruz deseamos para nuestra vida? ¿la del mundo, del triunfo, del oro y los honores o la de Cristo, del fracaso, el madero y los insultos?

Quiero marchar decidido por el camino que Tú me marques. Deberíamos temblar cada vez que rezamos la oración junior, pensarlo dos veces antes de pronunciarlas, de rezar nuestra oración. ¿O somos unos mentirosos? ¿Realmente queremos marchar por el camino que Jesús nos marca? Éste es el camino de la cruz, es morir sin ser comprendido, es dar la cara por Él sabiendo que vamos a recibir insultos, es perdonar a los que nos ofenden, esperar en Dios y sólo en Dios, vivir unos valores no aceptados, amar sin recibir. ¿Somos como María y Juan, llevando el camino hasta las últimas consecuencias o como los otros apóstoles, apartándonos del camino cuando éste es cargar con la cruz hasta morir colgados de ella?

 Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su santísima Madre

Del evangelio de San Lucas :

Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? (Lc 2, 49).

¿Por qué? Es la pregunta que se hizo María, Madre de los Dolores, Madre de la Soledad, Madre al Pie de la Cruz. ¿Por qué el Dios de la Vida estaba sobre su regazo muerto? Por cuarta vez el Hijo permanece en el suelo, postrado en el abismo de la muerte y espera la mano del Padre que lo levante. Por cuarta vez la Madre permanece con el Hijo y en la noche oscura espera la luz que la levante de la postración.

Y nosotros, cuando Dios no es como imaginábamos, cuando la muerte de un ser cercano hiere con su gélido filo, ¿esperamos contra toda esperanza?

Nuestro movimiento junior aún no ha dado la vida por Cristo, pero quien sabe si un día sus hijos morirán mártires, como murieron tantos jóvenes de la Acción Católica, en la persecución de los años 1936-1939. Ellos, jóvenes como nosotros que se alimentaban de nuestra misma espiritualidad, fueron fieles a Cristo, valga un recuerdo, por nuestra oración por los movimientos laicales que sufren el martirio de sus hijos.

 

Decimocuarta estación: Jesús es puesto en el sepulcro


Del libro de los Hechos de los Apóstoles

Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María la madre de Jesús y sus hermanos (Hch 1,14).

María permanece no en el sepulcro llorando, sino en la Iglesia. La oración en comunidad es el aliento que aviva la fe, la esperanza y el amor de los discípulos de Cristo, el Sábado Santo y los largos años de persecución, esperando el Domingo de Pascua, el Domingo sin ocaso.

La Iglesia es el ámbito donde vivir los momentos de oscuridad y silencio de Dios. Es la oración de la Iglesia, los sacramentos y la eucaristía los medios para no desfallecer, para esperar la Pascua.

También nosotros necesitamos de la oración en común, los sacramentos y la eucaristía para no desfallecer, para como María vivir la radicalidad de nuestro compromiso con Cristo, con la Iglesia y con la sociedad.

Te adoramos Oh Cristo y te bendecimos Que  por tu santa cruz nos redimiste.


 

Señor, Dios nuestro, que has querido realizar la salvación de todos los hombres por medio de tu hijo, muerto en la cruz,  concédenos, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra este misterio alcanzar en el cielo los premios de la redención. Por Jesucristo.

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