Primera estación: Jesús condenado a muerte
Del evangelio de San Lucas:
Dijo María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38).
El
camino de la cruz en María comienza con un anuncio y una respuesta. Ella acoge
a quien un día tomará su cruz y subirá con ella al Gólgota y al acogerle se
identifica con Cristo.
También
nuestro camino comienza con un hágase, es decir, que Cristo se haga cuerpo en
nosotros, identificándonos totalmente con Él.
El
sí del junior comienza después de decirle sí a Jesús, acogiéndole en la Primera
Comunión. El sí del educador comienza después de decirle sí a Jesús, acogiendo
el Espíritu en la confirmación.
Segunda estación: Jesús con la cruz a cuestas
Del evangelio de San Lucas:
Dió
a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre,
porque no tenían sitio en la posada (Lc 2,7).
María dio a luz al Hijo de
Dios. Belén no tiene sitio para él, Nazaret lo expulsa y Jerusalén le carga la
cruz y lo crucifica fuera de la ciudad. María compartió el camino del Hijo.
Los cristianos tampoco, como
María y Jesús, tenemos lugar en las ciudades. Cuando se vive coherentemente con
el Evangelio molestamos, nuestra defensa de la vida, desde su concepción hasta
su final, provoca el rechazo por parte de los medios de comunicación y de la
sociedad.
El primer rito del junior es
el crismón y en él se encuentra la cruz, de este modo decimos sí a ella, a
cargar con las consecuencias de una vida marcada por el seguimiento de Jesús,
que incluye el rechazo y la burla.
Tercera estación: Jesús cae por primera vez bajo la cruz
Del evangelio de san Lucas:
¡A
ti misma una espada te atravesará el alma! (Lc 2,35).
Fue en el templo donde el anciano Simeón le
anunció la cruz. El Hijo que tanto amaba caería un día bajo el peso de ella y
se levantaría para iluminar a los pueblos. María tuvo que aprender con dolor a
derribar las torres del triunfalismo.
Nuestro sí está marcado por
las caídas, las dudas, el para qué llevar una vida diferente, en fidelidad al
Evangelio.
Muchos abandonan el
movimiento cuando ser junior no es sólo jugar, sino jugársela por Cristo.
Cuarta estación: Jesús encuentra a su santísima Madre
Del evangelio de Lucas:
¿No
sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? (Lc
2,49)
Fue el encuentro con Jesús, después de tres días
de ausencia y el Hijo le respondió anunciando su final. También en la cruz,
después de unos días de ausencia la Madre encuentra al Hijo, en silencio la
misma respuesta: había sido enviado para volver a la Casa del Padre, y ahora él
estaba recorriendo este camino.
A Jesús no lo encontramos donde queremos que
esté, sino donde él quiere estar, en la Iglesia, en los momentos de silencio y
oración, junto a los que andan llevando la cruz por este mundo. A veces no lo
encontramos porque a diferencia de María no vamos a buscarlo donde ésta.
María salió de su casa, su pueblo, lo dejó todo
para ir al encuentro de Cristo en el Templo y en la Via Dolorosa. También
nosotros dejamos a Jesús para ir a su encuentro en la Iglesia, las capillas,
los campamentos y los caminos donde andan los que sufren.
Quinta estación: Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la cruz
Del evangelio de San Lucas:
Jesús
volvió con ellos a Nazaret y vivió sujeto a ellos
(Lc 2, 51).
Durante aquellos años de vida
oculta en Nazaret María acompañó a Jesús, le ayudó a aprender sufriendo a
obedecer, a caminar llevando la cruz de la vida cotidiana y del trabajo.
La vida del cristiano no es
fácil, muchas veces tenemos la tentación de dejarnos arrastrar por quienes al
margen de la cruz nos invitan a abandonarla y volver a la comodidad de ser
espectadores. Pero con nosotros hay cireneos que nos ayudan a seguir, el
sacerdote, la catequista, el monitor, el padre y la madre cristiana, la esposa
o el esposo comprometido con la Iglesia.
¡Cuántas veces habríamos
abandonado el Centro si junto a nosotros no se hubiese encontrado ese sacerdote
o educador!
Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro a Jesús
Del evangelista San Lucas:
Su madre conservaba
cuidadosamente todas las cosas en su corazón (Lc 2, 51).
Como la
Verónica María fue el paño blanco en el que Jesús enjugó sus lágrimas,
conservándolas en su corazón.
La oración es en nuestra vida el paño que
también enjuga nuestras lágrimas, el presencia callada donde vertemos nuestros
sufrimientos.
El grupo es el ámbito que acoge nuestros
cansancios y preocupaciones.
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez
Del evangelista San Lucas:
Mi
madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen (Lc
8,21).
María aprendió cayendo, desmontando la imagen
que ella tenía del Hijo. Para Jesús lo fundamental no era la sangre, de ella no
esperaba una madre como todas, sino una discípula. Y no fue fácil, cayó,
cayeron sus esquemas, se derrumbó la maternidad natural, para surgir y
levantarse la maternidad espiritual, fruto del camino del discípulado, del
camino de la cruz.
Nosotros necesitamos
desmontar constantemente los esquemas preconcebidos, nuestras seguridades,
cuestionar nuestra fe, caer y sentirnos perdidos, como el adolescente, para que
surja la siempre novedad del Evangelio.
Las crisis forma parte del
camino del junior y del educador, de ellas surge un nuevo junior y educador,
que volverá a caer para que surja otro, fiel al ideal de educador que en ese
momento Jesús desea.
Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén
Del evangelio de San Mateo:
Un
clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus
hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen (Mt
2,18).
La pasión de Jesús llevó a
María a unirse al lamento de Raquel, de las mujeres judías sometidas a la
violencia, de las madres que lloran el dolor de sus hijos, por eso su llanto,
frente a las lágrimas de las plañideras, es auténtico, fruto de su compromiso
real con las lágrimas de las mujeres víctimas.
¿Y nosotros como cristianos,
lloramos con los que lloran, hacemos realmente nuestro el sufrimiento de los
inocentes? ¿las madres que han perdido un hijo y las mujeres maltratadas?
La labor del movimiento
junior es sacarnos del margen, de ser meros espectadores de la vida para
comprometernos con los que caminan llevando la cruz, no sólo denunciando o
sintiendo el dolor de los marginados, sino sufriéndolo con ellos.
Novena estación: Jesús cae por tercera vez bajo la cruz
Del evangelio de San Lucas:
Porque
llegarán días en los que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no
engendraron y los pechos que no criaron! (Lc 23, 31).
María discípula también se
preguntó si valió la pena aquel sí, caer con Cristo es derrumbarse, es
plantearse existencialmente si valió la pena darlo todo por Él, cuando se está
recibiendo cansancio, agotamiento, soledad, desolación.
¡Tanto para tan poco! En el
camino del creyente surge esta exclamación. El camino no ofrece nada, la
recompensa no está en la Via Dolorosa, ni siquiera en el Gólgota, el Viernes
Santo es día para ir sembrando y llorando. Hemos de esperar que pase el
silencio del Sábado Santo para descubrir el sentido auténtico, la recompensa de
toda una vida entregada a Cristo, en el Domingo de Pascua, en el Sepulcro
vacío, en el gozo del encuentro con el Padre.
Si pensásemos más en el
Domingo de Pascua, si nuestro ser junior fuese pascual, muchos no habrían
abandonado el centro cuando las circunstancias no eran como ellos esperaban.
Décima estación: Desnudan a Jesús, y le dan de beber hiel.
Del
evangelista San Juan:
Mujer,
ahí tienes a tu hijo (Jn 19, 25).
La
vida de María fue un despojarse de su maternidad humana, para ser Madre de
todos los creyentes. En la cruz María renace como Mujer, no como una mujer más,
sino como la Mujer, la Nueva Eva, la Madre de los que renazcan por el bautismo,
de los hijos de la Iglesia.
También
nuestra vida como cristianos es despojarnos a nosotros para que sea Cristo
quien viva en nosotros.
El
educador es el que se despoja de sus ideas y de su protagonismo, para que sea
Cristo el auténtico protagonista en la vida del grupo.
Undécima estación: Jesús clavado en la cruz
Del Evangelista San Juan:
Y desde aquella hora el
discípulo la recibió en su casa
(Jn 19,27).
María se une a la Iglesia, su vida quedará
vinculada no sólo a Jesús sino a la comunidad que el Hijo ha engendrado en la
cruz.
Nuestra vida es inseparable a la Iglesia, unidos
a ella por el bautismo, somos uno con sus luces y sombras, con su cruz.
Los juniors somos un movimiento de la Iglesia,
sin este estar clavados, unidos a ella, como los sarmientos a la vid, no tiene
sentido ser junior, de ella brota nuestra identidad, sin ella el centro es una
rama seca desgajada del árbol.
Duodécima estación: Jesús muere en la cruz
Del Evangelio de San Juan:
Junto
a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de suy madre, María, la mujer
de Clopás, y María Magdalena (Lc 19,23).
Un sí hasta la cruz. María fue fiel a Dios hasta
entregar a su Hijo, permaneciendo al pie del madero, escuchando el clamor de
Cristo.
La cruz es bella, cuando es motivo de
ornamentación, la cruz es terrible cuando es motivo de exclusión. ¿Qué cruz
deseamos para nuestra vida? ¿la del mundo, del triunfo, del oro y los honores o
la de Cristo, del fracaso, el madero y los insultos?
Quiero marchar decidido por el camino que Tú me
marques. Deberíamos temblar cada vez que rezamos la oración junior, pensarlo
dos veces antes de pronunciarlas, de rezar nuestra oración. ¿O somos unos
mentirosos? ¿Realmente queremos marchar por el camino que Jesús nos marca? Éste
es el camino de la cruz, es morir sin ser comprendido, es dar la cara por Él
sabiendo que vamos a recibir insultos, es perdonar a los que nos ofenden,
esperar en Dios y sólo en Dios, vivir unos valores no aceptados, amar sin
recibir. ¿Somos como María y Juan, llevando el camino hasta las últimas
consecuencias o como los otros apóstoles, apartándonos del camino cuando éste
es cargar con la cruz hasta morir colgados de ella?
Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz y puesto en los
brazos de su santísima Madre
Del evangelio de San Lucas :
Hijo,
¿por qué nos has hecho esto? (Lc 2, 49).
¿Por qué? Es la pregunta que
se hizo María, Madre de los Dolores, Madre de la Soledad, Madre al Pie de la
Cruz. ¿Por qué el Dios de la Vida estaba sobre su regazo muerto? Por cuarta vez
el Hijo permanece en el suelo, postrado en el abismo de la muerte y espera la
mano del Padre que lo levante. Por cuarta vez la Madre permanece con el Hijo y
en la noche oscura espera la luz que la levante de la postración.
Y nosotros, cuando Dios no es
como imaginábamos, cuando la muerte de un ser cercano hiere con su gélido filo,
¿esperamos contra toda esperanza?
Nuestro movimiento junior aún
no ha dado la vida por Cristo, pero quien sabe si un día sus hijos morirán
mártires, como murieron tantos jóvenes de la Acción Católica, en la persecución
de los años 1936-1939. Ellos, jóvenes como nosotros que se alimentaban de
nuestra misma espiritualidad, fueron fieles a Cristo, valga un recuerdo, por
nuestra oración por los movimientos laicales que sufren el martirio de sus
hijos.
Decimocuarta estación: Jesús es puesto en el sepulcro
Del libro de los Hechos de los Apóstoles
Todos ellos perseveraban en
la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María la
madre de Jesús y sus hermanos
(Hch 1,14).
María permanece no en el sepulcro llorando, sino
en la Iglesia. La oración en comunidad es el aliento que aviva la fe, la
esperanza y el amor de los discípulos de Cristo, el Sábado Santo y los largos
años de persecución, esperando el Domingo de Pascua, el Domingo sin ocaso.
La Iglesia es el ámbito donde vivir los momentos
de oscuridad y silencio de Dios. Es la oración de la Iglesia, los sacramentos y
la eucaristía los medios para no desfallecer, para esperar la Pascua.
También nosotros necesitamos de la oración en
común, los sacramentos y la eucaristía para no desfallecer, para como María
vivir la radicalidad de nuestro compromiso con Cristo, con la Iglesia y con la
sociedad.
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