Primera estación: Jesús condenado a muerte
Del libro del
Génesis
El Señor dijo a
Abrahán: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y
vete a la tierra que yo te indicaré. (Gn 12,1)
El Padre es
quien llama a todo hombre y mujer a salir de sí mismo para recorrer el camino
que Él ha proyectado. Abraham y Jesús son modelos de la obediencia a su Voz.
Padre, ayúdame
a escucharte y obedecerte con el corazón de Abraham, dispuesto a morir a mí
voluntad.
Segunda estación: Jesús con la cruz a cuestas
Del
profeta Jeremías:
El Señor me respondió: no digas soy un niño, porque
irás a donde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene. (Jr 1,7)
Cuando el Padre encomienda una misión es consciente
de la pequeñez del enviado y la dureza de la carga colocada sobre sus hombros.
Padre, soy un niño. Como el profeta no se hablar y
tengo miedo. Pero confío en ti y en tu Palabra. Se de los obstáculos, pero
también se que Tú eres Dios Padre Omnipotente.
Tercera estación: Jesús cae por primera vez bajo la cruz
Del
Primer Libro de los Reyes
Él
se adentró por el desierto un día de camino, se sentó bajo una retama y,
deseándose la muerte, decía: ¡Basta, Señor! Quítame la vida, que no soy mejor
que mis antepasados! (1 Re 19,4.7).
Perseguido
por Jezabel Elías huye al desierto y allí experimenta el abatimiento. Cumplir
la voluntad del Padre conlleva sufrir hasta caer rendido.
Padre,
¡basta ya!, recuerdo algunos momentos de mi vida en los cuales clamé de este
modo y Tú, con dulzura tocaste mi alma y me dijiste: levántate y come, pues te
queda todavía un camino muy largo.
Cuarta estación: Jesús encuentra a su santísima Madre
Del Segundo Libro de los Macabeos:
Se
inclinó hacia él, y burlándose del cruel tirano, dijo al niño en su lengua
materna: Hijo mío. Muéstrate digno de tus hermanos y acepta la muerte, para que
yo te recobre con ellos el día de la misericordia. (2 Mac 7,27.29)
La
madre de los siete hermanos martirizados nos muestra el corazón de María,
siempre fiel a Dios.
Padre,
como esta madre y María, que mi corazón esté siempre disponible a aceptar la
ausencia de mis seres queridos, sin apagar mi amor a Ti.
Quinta estación: Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la cruz
Del libro del Éxodo:
Cuando
su suegro vio lo que hacía Moisés, le dijo: ¿Qué manera es ésa de atender al
pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo a juzgar mientras todo el pueblo acude a ti
desde la mañana a la tarde? (Ex 18,14)
Moisés
escuchó a su suegro e instituyó los jueces, fue capaz de descubrir la voluntad
de Dios en quien le amaba.
Padre,
ayúdame a curarme de la autosuficiencia, a escuchar a quienes me rodean y
aconsejan, a permitir a los demás ayudarme.
Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro a Jesús
Del libro del Cantar de los Cantares:
¡La
voz de mi Amado! Miradlo como viene saltando por los montes, brincando por las
colinas. (Ct 2,8).
La
amada de este libro representa a la persona creyente que acoge la voz del Padre
y la busca en su ausencia, pues sin ella su vida carece de sentido.
Padre,
gracias por ser mi amado, por hablarme en tus presencias en los sacramentos y
mis hermanos los que sufren y en tus silencios y ausencias, cuando te muestras
con el rostro de un acontecimiento
ensangrentado por la amargura.
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez
Del
Segundo Libro de Samuel:
David
dijo a Natán: he pecado contra el Señor. Entonces Natán le respondió: El Señor
perdona tu pecado. No morirás. Pero, por haber ultrajado al Señor de este modo,
morirá el niño que te ha nacido. (2 Sm 12,13).
El
Padre no podía dejar impune el pecado de David. Pero el arrepentimiento no trae
consigo la paz sino va acompañado de la reparación.
Padre,
abre mis ojos mediante tu palabra y la voz de mis pastores y hermanos, para que
descubra mi pecado, fortalece mi corazón para que pueda reparar el daño
ocasionado.
Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén
Del Libro del Profeta Oseas:
No
te alegres, Israel; no te regocijes como los pueblos paganos, porque te has
prostituido abandonando a tu Dios; te has vendido a tus amantes. (Os 9, 1).
El
profeta invita a fijar los ojos en el propio pecado. Al Padre le duele nuestras
idolatrías. Las lágrimas no acompañadas del reconocimiento de los propios
pecados son hipocresía.
Padre
que llore las heridas que hay en mí, fruto de mi falta de amor hacia ti, que
los pecados de los demás. Que llore, no por la sociedad sino por mí.
Novena estación: Jesús cae por tercera vez bajo la cruz
Del
Libro del Profeta Isaías:
Me
dijo: Tú eres mi siervo, Israel, y estoy orgulloso de ti. Aunque yo pensaba que
me había cansado en vano y había gastado mis fuerzas para nada. (Is 49, 3-4)
En
la misión encomendada por el Padre surge el desánimo, es la caída de quien vive
para Dios. Sólo la confianza depositada en Él, sus Palabras pueden levantar a
quien experimenta el fracaso en la misión.
Padre,
hago mías tus palabras. Estás orgulloso de mí, aunque me sienta el cristiano
más inútil de la historia. ¿Qué más puedo desear esta tarde?
Décima estación: Desnudan a Jesús, y le dan de beber hiel.
Del Libro de Job:
Dijo: desnudo salí del vientre de mi madre, y
desnudo volveré allí. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el
nombre del Señor! (Jb 1,21)
Como Job cada uno de nosotros recono-cemos
poseerlo todo por puro don.Nada nos pertenece y si lo perdemos nada nos han
robado.
Padre te ofrezco mi vida, mi cuerpo, mis
pertenencias, son tuyas. Cuando lo desees tómalas, pues sólo hay una cosa que
me pertenece y nunca me quitarás: Tu Amor.
Undécima estación: Jesús clavado en la cruz
Del Salmo 23:
Aunque
camine por un valle tenebroso, ningún mal temeré: porque tú estás conmigo; tu
vara y cu cayado me dan seguridad. (Sal 23, 4).
¿Dónde
encontró Jesús fuerza para ofrecer sus brazos a los que le crucificaban? En los
salmos. Ellos son la escuela donde aprendió a amar al Padre y confiar en las
noches oscuras de su vida. Fueron los 150 salmos las oraciones de Jesús, la
meditación y rezo de sus versos alimentaron su espiritualidad y el amor al
Padre.
Padre,
enséñame a través de este libro a confiar en ti y no perder la fe en los
momentos donde mis hermanos me crucifican con sus palabras y acciones.
Duodécima estación: Jesús muere en la cruz
Del
Libro de la Sabiduría:
Las
almas de los justos están en manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará. (Sb
3,1)
Nuestra
mirada se dirige al Padre, Él es Todopoderoso y Creador del Cielo y de la
tierra. Todo está en sus manos. La fe es la seguridad de saber que nuestra vida
no flota sobre el vacío sino en las manos del Padre.
Padre
confío en ti y nada temo. Porque en la noche y en el día, velando y trabajando,
me encuentro en tus manos.
Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su santísima Madre
Del
Libro de Ester:
Desde
el día de su entronización hasta hoy, tu sierva sólo se ha alegrado en ti,
Señor, Dios de Abrahán. ¡Dios poderoso sobre todos! Oye la voz de los que no
tienen esperanza, líbranos del poder de los malvados y quítame este miedo. (Est
4, 17)
Al
pie de la cruz María ora como la reina Ester antes de interceder por su pueblo.
Ella ora por su hijo para que sea librado de la muerte.
Padre,
quítame el miedo a defender a los más débiles, desde el Evangelio, a unirme a
abrazar mi vida a los que no tienen voz, los que son excluidos.
Decimocuarta estación: Jesús es puesto en el sepulcro
Del
libro del Génesis:
Y
así fue. Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno. Pasó
una tarde, pasó una mañana: el día sexto (Gn 1,31).
Todo
lo que el Padre ha creado es bueno, si nuestra vida la recorremos cargando con
la cruz y con el corazón confiado en su Providencia.
Padre,
hoy te doy gracias por mis cruces, mis caídas, encuentros, despojos, abandonos.
Todo es bueno, si lo miro con tu mirada, con los ojos del amor.
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