martes, 11 de marzo de 2014

Via crucis con el Padre.




 

Primera estación: Jesús condenado a muerte


Del libro del Génesis

El Señor dijo a Abrahán: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré. (Gn 12,1)

El Padre es quien llama a todo hombre y mujer a salir de sí mismo para recorrer el camino que Él ha proyectado. Abraham y Jesús son modelos de la obediencia a su Voz.

Padre, ayúdame a escucharte y obedecerte con el corazón de Abraham, dispuesto a morir a mí voluntad.

Segunda estación: Jesús con la cruz a cuestas


Del profeta Jeremías:

 El Señor me respondió: no digas soy un niño, porque irás a donde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene. (Jr 1,7)

Cuando el Padre encomienda una misión es consciente de la pequeñez del enviado y la dureza de la carga colocada sobre sus hombros.

Padre, soy un niño. Como el profeta no se hablar y tengo miedo. Pero confío en ti y en tu Palabra. Se de los obstáculos, pero también se que Tú eres Dios Padre Omnipotente.

Tercera estación: Jesús cae por primera vez bajo la cruz


Del Primer Libro de los Reyes

Él se adentró por el desierto un día de camino, se sentó bajo una retama y, deseándose la muerte, decía: ¡Basta, Señor! Quítame la vida, que no soy mejor que mis antepasados! (1 Re 19,4.7).

Perseguido por Jezabel Elías huye al desierto y allí experimenta el abatimiento. Cumplir la voluntad del Padre conlleva sufrir hasta caer rendido.

Padre, ¡basta ya!, recuerdo algunos momentos de mi vida en los cuales clamé de este modo y Tú, con dulzura tocaste mi alma y me dijiste: levántate y come, pues te queda todavía un camino muy largo.

Cuarta estación: Jesús encuentra a su santísima Madre


 Del Segundo Libro de los Macabeos:

Se inclinó hacia él, y burlándose del cruel tirano, dijo al niño en su lengua materna: Hijo mío. Muéstrate digno de tus hermanos y acepta la muerte, para que yo te recobre con ellos el día de la misericordia. (2 Mac 7,27.29)

La madre de los siete hermanos martirizados nos muestra el corazón de María, siempre fiel a Dios.

Padre, como esta madre y María, que mi corazón esté siempre disponible a aceptar la ausencia de mis seres queridos, sin apagar mi amor a Ti.

Quinta estación: Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la cruz


 Del libro del Éxodo:

Cuando su suegro vio lo que hacía Moisés, le dijo: ¿Qué manera es ésa de atender al pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo a juzgar mientras todo el pueblo acude a ti desde la mañana a la tarde? (Ex 18,14)

Moisés escuchó a su suegro e instituyó los jueces, fue capaz de descubrir la voluntad de Dios en quien le amaba.

Padre, ayúdame a curarme de la autosuficiencia, a escuchar a quienes me rodean y aconsejan, a permitir a los demás ayudarme.

Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro a Jesús


 Del libro del Cantar de los Cantares:

¡La voz de mi Amado! Miradlo como viene saltando por los montes, brincando por las colinas. (Ct 2,8).

La amada de este libro representa a la persona creyente que acoge la voz del Padre y la busca en su ausencia, pues sin ella su vida carece de sentido.

Padre, gracias por ser mi amado, por hablarme en tus presencias en los sacramentos y mis hermanos los que sufren y en tus silencios y ausencias, cuando te muestras con el rostro de un acontecimiento  ensangrentado por la amargura.

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez


Del Segundo Libro de Samuel:

David dijo a Natán: he pecado contra el Señor. Entonces Natán le respondió: El Señor perdona tu pecado. No morirás. Pero, por haber ultrajado al Señor de este modo, morirá el niño que te ha nacido. (2 Sm 12,13).

El Padre no podía dejar impune el pecado de David. Pero el arrepentimiento no trae consigo la paz sino va acompañado de la reparación.

Padre, abre mis ojos mediante tu palabra y la voz de mis pastores y hermanos, para que descubra mi pecado, fortalece mi corazón para que pueda reparar el daño ocasionado.

Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén


 Del Libro del Profeta Oseas:

No te alegres, Israel; no te regocijes como los pueblos paganos, porque te has prostituido abandonando a tu Dios; te has vendido a tus amantes. (Os 9, 1).

El profeta invita a fijar los ojos en el propio pecado. Al Padre le duele nuestras idolatrías. Las lágrimas no acompañadas del reconocimiento de los propios pecados son hipocresía.

Padre que llore las heridas que hay en mí, fruto de mi falta de amor hacia ti, que los pecados de los demás. Que llore, no por la sociedad sino por mí.

Novena estación: Jesús cae por tercera vez bajo la cruz


Del Libro del Profeta Isaías:

Me dijo: Tú eres mi siervo, Israel, y estoy orgulloso de ti. Aunque yo pensaba que me había cansado en vano y había gastado mis fuerzas para nada. (Is 49, 3-4)

En la misión encomendada por el Padre surge el desánimo, es la caída de quien vive para Dios. Sólo la confianza depositada en Él, sus Palabras pueden levantar a quien experimenta el fracaso en la misión.

Padre, hago mías tus palabras. Estás orgulloso de mí, aunque me sienta el cristiano más inútil de la historia. ¿Qué más puedo desear esta tarde?

Décima estación: Desnudan a Jesús, y le dan de beber hiel.


Del Libro de Job:

Dijo: desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor! (Jb 1,21)

Como Job cada uno de nosotros recono-cemos poseerlo todo por puro don.Nada nos pertenece y si lo perdemos nada nos han robado.

Padre te ofrezco mi vida, mi cuerpo, mis pertenencias, son tuyas. Cuando lo desees tómalas, pues sólo hay una cosa que me pertenece y nunca me quitarás: Tu Amor.

Undécima estación: Jesús clavado en la cruz


 Del Salmo 23:

Aunque camine por un valle tenebroso, ningún mal temeré: porque tú estás conmigo; tu vara y cu cayado me dan seguridad. (Sal 23, 4).

¿Dónde encontró Jesús fuerza para ofrecer sus brazos a los que le crucificaban? En los salmos. Ellos son la escuela donde aprendió a amar al Padre y confiar en las noches oscuras de su vida. Fueron los 150 salmos las oraciones de Jesús, la meditación y rezo de sus versos alimentaron su espiritualidad y el amor al Padre.

Padre, enséñame a través de este libro a confiar en ti y no perder la fe en los momentos donde mis hermanos me crucifican con sus palabras y acciones.

Duodécima estación: Jesús muere en la cruz


Del Libro de la Sabiduría:

Las almas de los justos están en manos de Dios, y ningún tormento los alcanzará. (Sb 3,1)

Nuestra mirada se dirige al Padre, Él es Todopoderoso y Creador del Cielo y de la tierra. Todo está en sus manos. La fe es la seguridad de saber que nuestra vida no flota sobre el vacío sino en las manos del Padre.

Padre confío en ti y nada temo. Porque en la noche y en el día, velando y trabajando, me encuentro en tus manos.

 


Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su santísima Madre


Del Libro de Ester:

Desde el día de su entronización hasta hoy, tu sierva sólo se ha alegrado en ti, Señor, Dios de Abrahán. ¡Dios poderoso sobre todos! Oye la voz de los que no tienen esperanza, líbranos del poder de los malvados y quítame este miedo. (Est 4, 17)

Al pie de la cruz María ora como la reina Ester antes de interceder por su pueblo. Ella ora por su hijo para que sea librado de la muerte.

Padre, quítame el miedo a defender a los más débiles, desde el Evangelio, a unirme a abrazar mi vida a los que no tienen voz, los que son excluidos.

Decimocuarta estación: Jesús es puesto en el sepulcro


Del libro del Génesis:

Y así fue. Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto (Gn 1,31).

Todo lo que el Padre ha creado es bueno, si nuestra vida la recorremos cargando con la cruz y con el corazón confiado en su Providencia.

Padre, hoy te doy gracias por mis cruces, mis caídas, encuentros, despojos, abandonos. Todo es bueno, si lo miro con tu mirada, con los ojos del amor.

 

Te adoramos Oh Cristo y te bendecimos Que  por tu santa cruz nos redimiste.


 

Señor, Dios nuestro, que has querido realizar la salvación de todos los hombres por medio de tu hijo, muerto en la cruz,  concédenos, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra este misterio alcanzar en el cielo los premios de la redención. Por Jesucristo.

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