martes, 11 de marzo de 2014

Via crucis con los santos valencianos


Primera estación


Jesús condenado a muerte

Del evangelio de S. Mateo:

En aquel tiempo dijeron los sumos sacerdotes y el Sanedrín: ¿qué os parece? Es reo de muerte.

Los ancianos del pueblo, la muchedumbre agitada, la autoridad romana,... todos, con engaño, condenan a quien se había negado a condenar a nadie, a quien habló siempre con verdad y misericordia. Sentencia que procede de la envidia, la maldad y la cobardía de los hombres.

El nuestra tierra valenciana el primer juicio que se emitió contra la Iglesia fue la condena al destierro del obispo Valero y a tortura y muerte de su diácono Vicente. Por su boca se nos proclamó por vez primera el Evangelio, por su sangre sigue creciendo el árbol frondoso de nuestra Iglesia de Valencia.

Señor Jesús, ayúdanos a no huir, a no seguir callados, a ser testigos valientes de la verdad y a justicia.

 

Segunda estación


Jesús con la cruz a cuestas

Del evangelio de S. Juan:

Al entregarlo Pilato, se hicieron cargo de Jesús, que llevando a hombros su propia cruz, salió de la ciudad hacia un lugar llamado la calavera, en hebreo Gólgota.

El Señor acepta la cruz, el suplicio de los esclavos, para servir llevando nuestras dolencias, para que sigamos sus huellas cada día desde la negación personal.

Toda vocación de discípulo pasa por la cruz del Maestro. Hemos de abrazar el madero salvador, que nos purifica de todo pecado, y nos enseña a caminar con el peso suave del amor, como lo hicieron nuestros santos pastores Eutropio, Tomás de Villanueva y Juan de Ribera.

Señor Jesús, que podamos servir en tu Iglesia siempre con humildad, cargando de buen grado con el peso de la cruz: la educación de los niños en la catequesis y el junior, la formación de los adolescentes en la confirmación, el servicio a la parroquia.

 

Tercera estación


Jesús cae por primera vez bajo la cruz

Del Evangelio de S. Mateo:

Mi alma está triste hasta la muerte... y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba.

En su caída, camino del Calvario, Jesús pone de manifiesto su frágil condición humana; pero Aquél que no conoció pecado vive esta postración de su carne como un acto de obediencia, como un acto de adoración a Dios Padre.

Los primeros valencianos martirizados fueron los hermanos de Alzira Bernardo, María y Gracia, ellos nos enseñaron a no tener miedo.

Señor Jesús, ayúdanos a caminar con un corazón libre, anclado únicamente en el Evangelio.

 
 

Cuarta estación


Jesús encuentra a su santísima Madre

Del Evangelio de S. Lucas:

Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: Y a ti misma, una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.

Llega el momento para María del cumplimiento de las profecías: el paso del dolor, la angustia materna por el hijo que sufre.

La presencia de la Madre recorre el camino de quienes formamos la Iglesia de Valencia, ella Purísima y Assumpta, mare de Gràcia, del Puig, dels Dolors, de Loreto,... sale al encuentro de sus hijos cuando estos llevan la cruz de la enfermedad, la soledad, el abandono.

Señor Jesús, que podamos disfrutar siempre del amor íntegro y puro, fuerte y consolador de la Virgen María en los momentos de pueba.

 

 

Quinta estación


Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la cruz

Del Evangelista San Lucas.

Cuando le llevaban, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que regresaba del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús.

La impresión del encuentro con su madre ha roto el corazón de Cristo, el dolor compartido le inunda por completo hasta el punto de no poder llevar la cruz. Un inocente es obligado a ayudar a otro inocente.

En nuestra tierra muchos fueron llevaron la cruz de Cristo, recordemos a los mártires franciscanos Juan de Perusa y Pedro de Saxoferrato, Juan de Cetina y Pedro de Dueñas, Carmelo Bolta y Francisco Pinazo. Forasteros llegaron a nuestras tierras, taifas musulmanas, para aliviar los sufrimientos de sus hermanos cristianos.

Señor, que no pasemos de largo ante el sufrimiento del próximo, que nos sobrellevemos mutuamente con amor y así demos testimonio de la ternura de Dios.

 

 

 

Sexta estación

La Verónica enjuga el rostro a Jesús


Del salmista:

Mi alma tiene sed del Dios vivo... ¿Cuándo llegaré a ver el rostro de Dios?

La contemplación del rostro de Dios es una prerrogativa de los limpios de corazón. Aquella mujer, saliendo de entre la muchedumbre vociferante, actuó según el dictado de su corazón, un acto de misericordia al que el Señor respondió verificando la bienaventuranza al dejar impresas sus facciones en el liencio.

Madre Sacramento, Teresa de Jornet y Juana Condesa fueron otras tantas verónicas que purificaron con amor y llenaron con esperanza el rostro de Cristo en los enfermos, ancianos y extraviados.

Señor Jesús, que busquemos tu rostro en aquellos cuya dignidad humana esta mermada por la maldad ajena.

 

Séptima estación

Jesús cae por segunda vez

Del profeta Isaías:

Aunque nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado. Eran nuestros dolores los que lo traspasaban y nuestras culpas las que lo trituraban.

El Señor vuelve a morder el polvo, con los huesos triturados por la fatiga de la inacabable tortura y con la angustia de los sufrimientos que todavía le aguardan.

Como buenos franciscanos, nuestros hermanos Luis, obispo de Tolosa, y los religiosos Pascual Bailón, Nicolás Factor y Andrés Hibernon, abundaron en la meditación de la humanidad del Salvador, impregnándose de este misterio de humildad y conformándose a él, por la austeridad y la penitencia.

Señor Jesús, auxílianos con tu Santo Espíritu para que seamos fuertes en la debilidad y no dudemos nunca de tu presencia, para que no nos escandalice nuestra propia flaqueza y la de los demás.

  

 

Octava estación

Jesús amonesta a las mujeres de Jerusalén


Del Evangelio de S. Lucas:

Lo seguía una gran multitud de pueblo y de mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.

Las lágrimas de estas mujeres, junto con las de Cristo al contemplar la ciudad santa, son las de todos los que, amando, se lamentan ante la impotencia de la bondad y la justicia. No serán derramadas en vano.

Siguen resonando en nuestra iglesia la voz de aquellos profetas que nos invitaron a llorar los pecados y a convertirnos a Dios: Vicente Ferrer, el padre Jofré y Luis Bertrán. Ellos nos hablan siempre del examen en el amor como remedio seguro para la fe en un mundo convulso.

Señor Jesús, que nuestro pobre amor nunca se vea frustrado ni rechazado al encontrarse con el tuyo, que, recibiendo tu consuelo, aprendamos a consolar y hablarles al corazón a aquellos que, aún siendo los más necesitados, se resisten a ser amados.

 

Novena estación


Jesús cae por tercera vez bajo la cruz

Del evangelio de S. Mateo:

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.

La subida al monte calvario resulta demasiado dura para un reo que está ya al límite de sus fuerzas. Jesús se vuelve a encontrar derribado y sólo. Debilidad que no deriva en desánimo, sino en confianza en el Padre que levanta y sostiene, alivia y da descanso al humilde y abatido.

Como a algunos de aquellos soldados que cercaban al Señor, la experiencia del sufrimiento y la sombra de la muerte cincelaron también el alma de Francisco de Borja y Gaspar Bono, hasta el punto de cambiar las milicias de la tierra por la causa del Reino.

Señor Jesús, que la experiencia de fragilidad y de pecado nos impulse a buscar el apoyo de tu misericordia, para poder así levantarnos después de cada caída y aprender a poner nuestro corazón en los bienes del cielo y no en los de la tierra.

 

 

Décima estación


Desnudan a Jesús, y le dan de beber hiel.

Del Evangelio de S. Juan.

Se repartieron sus vestiduras, echándolas a suerte.

Para extender su cuerpo sobre el altar de la cruz, es despojado el Señor de sus vestiduras. Ya no le quedaba nada.

En el candor de la inocencia fueron arrebatados aquellos pequeños mártires de Belén y el niño Mauro. En el esplendor de la juventud, y con indecibles torturas, se truncó también, a los ojos del mundo, la vida de Jacinto María Castañeda.

Señor Jesús, que revistamos de caridad la pobreza de nuestros hermanos.

 

Undécima estación


Jesús clavado en la cruz

Del evangelista S. Lucas:

Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen.

Cosido al madero, el Señor sigue obsequiándose a quienes le martirizan, a su madre, a su discípulo, a su compañero de suplicio y, sobre todo a su Padre.

El Beato Pascual de Montaverner y los centenares de mártires valencianos del S.XX ofrecieron su vida perdonando y ofreciendo un testimonio elocuente a sus contemporáneos. La muerte del mártir no pide justicia y castigo para con sus verdugos, sino misericordia y perdón.

Señor Jesús, que cuando nos llegue el momento de la prueba, el dolor, la difamación, la calumnia,... llenes nuestro corazón de sentimientos de perdón y no de venganza.

 

Duodécima estación


Jesús muere en la cruz

Del evangelio de S. Juan:

Todo está cumplido.

Aquella muerte de por sí violenta y absurda se ha transformado en Jesús en un supremo acto de amor y de liberación definitiva del mal de la humanidad.

El memorial de esta entrega actualiza sus beneficios en favor nuestro cada vez que lo celebramos en la eucaristía. Así lo disfrutamos en la Asamblea dominical y cotidiana, en los momentos de peligro y sufrimiento, en la soledad de la postración. Nuestra piedad está también marcada por la adoración del Cuerpo y de la Sangre Preciosa del Señor. De ahí brotan la veneración del Santo Cáliz en la Catedral y en las parroquias donde el Sr. Arzobispo ha entregado una réplica.

Señor Jesús, transforma nuestro corazón en un corazón eucarístico, que guste de la adoración, el silencio y la presencia ante el Sagrario, de la vivencia interior de la misa y la transformación de nuestra vida en una existencia eucarística, marcada por la gratitud al Padre por todo cuanto nos ocurre, por su presencia en nosotros.

 

Decimotercera estación


Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su santísima Madre

Del Evangelio de San Mateo:

José tomó el cuerpo y lo envolvió en una sábana.

Todos se habían ido, allí sólo quedaban los íntimos. La Madre, rota de dolor, recibe en su regazo el cuerpo de su Hijo. María cerró los ojos para contemplar mejor el recuerdo de aquellos a los que Jesús recogía en las orillas del camino, la memoria de tantos enfermos y muertos a los que curó y resucitó.

Como las santas mujeres del Calvario, Inés de Benigánim, Josefa Naval y Madre Pedra de San José hicieron de la contemplación de la pasión del Señor la experiencia que les llevó a entregarse a los demás, a ser el amor vivo en sus pueblos.

 

Decimocuarta estación


Jesús es puesto en el sepulcro

Del Evangelio de San Juan.

En el lugar donde Jesús había sido crucificado había un huerto, y en el huerto  un sepulcro nuevo en el que aún no había sido depositado nadie. pusieron allí a Jesús.

Con la losa del sepulcro parecía que se cerraba el camino de aquel joven maestro cuya fama recorrió los pueblos y ciudades de Palestina, aquel joven traicionado y vendido, negado, ajusticiado y abandonado. Pero la última palabra sobre la vida está siempre en boca de Dios. En la noche y en el silencio de la muerte, se revertirá la Historia.

Sólo los ángeles fueron testigos en aquella tiniebla, del poder y la majestad de Dios. Acompañaron a Cristo como en la noche de Belén, en la soledad del desierto, y en la agonía del huerto de los olivos. Los mismos ángeles tutelares de pueblos y personas que sostienen con su pureza al resto de la creación en los momentos de caos y ruptura. Cuántos bienaventurados han querido también a lo largo de nuestra historia local y personal, escondidos con Cristo en Dios, como verdaderos espíritus de vida: Inés de Moncada, Isabel de Villena, Margarita Agullona, Casimiro Barello, peregrino que pasó por nuestro pueblo, D. José María García Lahiguera, Amparo Mahiques, Juan Barcia,... hombres y mujeres de nuestro pueblo que otros años nos acompañaron.

 

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