Introducción.
Queridos hermanos:
El via crucis no es sólo un camino triste,
marcado por el dolor del sufrimiento de un inocente y la muerte del Hijo de
Dios.
La pasión de Juan nos presenta la cruz como el acto
de entrega de Cristo por los hombres. Todo el camino es un acto de amor, en el
que el grano de trigo cae en tierra y germina con la resurrección.
Y este camino no fue sólo de Cristo, sino que se
repite en nuestra propia vida, un caminar hacia el encuentro con el Padre. Esta
noche recorreremos este camino, el camino del ser humano, surgido de la nada
por el amor de Dios a través del amor de nuestros padres que se recorre como
entrega generosa.
También en este via crucis nos unimos al dolor de la
familia de Isaías Carrasco, asesinado hoy por la banda terrorista ETA y a la
consternación de la sociedad española, uniéndonos en la oración y ofreciendo
este camino por su alma y su familia.
Primera estación
Jesús condenado a
muerte
Del evangelio de S. Juan:
“Nadie tiene amor más grande que quien
da la vida por sus amigos”.
Todo comenzó en el corazón del Padre. Fue
él quien decidió enviarte para así salvarnos. Al nacer Jesús fuiste condenado a
la muerte humana, tenías que morir porque eras verdadero hombre y morir como
los hombres y mujeres.
Nuestra vida comenzó así. El amor de
nuestros padres llevó a engendrarnos. Cada día Dios nos regalaba 1.440 minutos
para darlos a los demás y recibir amor de quienes nos rodeaban.
Señor, ayúdanos a comprender la caducidad
de nuestra vida, una existencia que no
podemos desaprovechar. Ayúdanos a que cada instante sea un darnos para los
demás, un morir a nosotros entregándonos a los otros.
Segunda estación
Jesús con la cruz
a cuestas
Del evangelio de S. Mateo:
Si alguno quiere venir en pos de mí,
que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.
Y tomaste la cruz. No sólo aquella mañana.
La tomaste al nacer en la pobreza de Belén, al emigrar a Egipto, perseguido por
Herodes. La tomaste viviendo en obediencia a María y José y dándote a los
demás, caminando de un sitio a otro, sin un lugar donde reposar la cabeza,
curando a los enfermos, anunciando el Reino.
¡Qué bien se estaba en las entrañas de
nuestras madres! Teníamos el calor más cálido, el de nuestra madre, la luz
adecuada y sin esfuerzo por parte nuestra crecíamos en su interior. Pero un
día, la vida nos llamó, nacimos y lloramos. Comenzamos a cargar con la cruz, la
cruz de respirar, de buscar el alimento, de sentir frío, la cruz de los
primeros dientes y los primeros dolores de tripita.
Señor, gracias por la vida, gracias por
que en ella no somos marionetas, sino protagonistas que tenemos que luchar por
sobrevivir. Ayúdanos a estar siempre despiertos, sin caer en la comodidad.
Tercera estación
Jesús cae por
primera vez bajo la cruz
Del salmista:
No me
abandones, Señor, Dios mío, no te quedes lejos; ven aprisa a socorrerme, Señor
mío, mi salvación.
Y caíste, sentiste el peso de la vida
sobre ti: en el desierto el demonio intentó hacerte tambalear, en Nazaret tus amigos intentaron despeñarte
por el barranco. Fueron tantas las veces que te sentiste solo. Pero siempre
confiaste en el Padre, Él nunca te abandonaría.
Ir a gatas era muy fácil, pero tuvimos que
aprender a andar y eso ya no lo era. Andar significaba caerse, perder el miedo
a caernos y hacernos un chichón. Y aprendimos. No fue fácil, pues ¿cuántas
caídas? No importa, siempre los tuvimos cerca a ellos, a nuestros padres que
nos levantaban.
Señor, caer es humano. Sólo quien esté dispuesto a
caer podrá aprender a andar. Y en las caídas siempre está Él, el Padre que cuida
de nosotros.
Cuarta estación
Jesús encuentra a
su santísima Madre
Del libro de las Lamentaciones:
¿A
quién te compararé, a quién te asemejaré, hija de Jerusalén? ¿A quién te
igualaré yo para consolarte, oh doncella, hija de Sión?
María, tu madre. Siempre a tu lado, en un
segundo plano, discretamente. La madre y discípula callada, que contempla y
medita en su corazón. Nadie mejor que tú conoció el corazón de esta gran mujer.
Llegaba la noche, ¿quién no ha tenido
pesadillas en su infancia? ¿o fiebre? No es fácil ser niño, el organismo es
débil y muchas veces el llanto acompaña la noche, pero no sólo el llanto. Hay
alguien que no es médico pero cura y alivia el sufrimiento: la madre. Ella
estaba allí, junto a nosotros. Su presencia nos tranquilizaba y hasta, es el
milagro de la madre, apagaba el dolor y acallaba los miedos.
Señor, gracias. Sí, gracias por nuestras
madres, las que viven y las que están ya en el cielo, porque ellas siempre,
estén donde estén, están cerca de nosotros y su presencia nos cura, porque nos
sentimos amados por los seres que más aman, las madres.
Quinta estación
Jesús es ayudado
por el Cireneo a llevar la cruz
De la carta del apóstol S. Pablo a los
colosenses.
Llevad
los unos las cargas de los otros y cumplid así plenamente la ley de Cristo.
¡Cuántas veces te encontraste con Simón de
Cireneo! Juan el Bautista, los discípulos predilectos Pedro, Santiago y Juan,
tus amigos María, Marta y Lázaro,... Todos ellos te ayudaron a descansar, a
cargar con la cruz del la entrega a los demás.
Y llegamos a la escuela, los números y las
letras comenzaron a ser una pesada cruz. Todos los días teníamos deber y todas
las semanas algún examen o control. No era fácil, pero siempre estuvo a nuestro
lado un buen maestro, que allanó nuestro camino.
Señor. En este via crucis queremos
recordar a los maestros y maestras, especialmente a los que nos ayudaron a
nosotros, en nuestra infancia, a los que entregaron y entregan su vida en la
docencia.
Sexta estación
La Verónica enjuga el rostro a Jesús
Del Evangelio de San Lucas:
Y
acercándose, le vendó las heridas, lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó
a una pasada y cuidó de él.
También tú sentiste el calor de tus
amigos, de los que estaban ahí, creyendo en ti y siguiéndote ciegamente donde
ibas. Ellos enjugaron constantemente tu rostro, ensangrentado por la hipocresía
de los fariseos, el cinismo de los escribas y el afán de poder de los
sacerdotes.
En aquellos felices años de la infancia
siempre hubo problemas: un suspenso, una pelea con los amigos. Hoy en día la
infancia tampoco es fácil, muchos niños sufren el acoso escolar. Pero también se encuentran verónicas, amigos
y amigas que escuchan y dan la cara.
Señor. En esta estación queremos recordar
a los niños y niñas que sufren acoso escolar, ellos son en nuestro tiempo tu
rostro ensangrentado.
Séptima estación
Jesús cae por
segunda vez
Del salmista:
Por
ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro, soy un extraño para
mis hermanos.
Aquellas noches previas a la pasión no
fueron fáciles para ti. Los evangelistas lo resumen en una noche bajo el calor
de los olivos, pero fueron más. Sentiste el abatimiento cada vez que mirabas a
Jerusalén, pensabas en lo que iba a sucederte, en tu pasión.
Terminaron los años “dulces”, llegó la
adolescencia, pasábamos de niño a hombre, de niña a mujer. Y comenzamos a caer.
Nos sentíamos adultos, una reprimenda y a llorar como niños. Muchos amigos y
sin embargo nos sentíamos solos, todo se volvía en contra nuestra. Quienes ayer
eran los seres más fantásticos, nuestros padres, hoy no se enteran de nada y no
nos comprenden.
Señor, ayuda a los adolescentes. Ellos
viven la primavera de la vida y en esta primavera sufren los vendavales.
Ayúdales a sentirse queridos por todos y a ser fuertes en esos años tan
decisivos.
Octava estación
Jesús amonesta a las mujeres de Jerusalén
Del Evangelio de S. Juan:
Porque, si en el leño verde esto hacen,
¿en el seco qué se hará?
Fueron muchos los que te encontraste junto
al camino que se inhibieron ante ti. Ellos no eran contrarios, pero tampoco
fueron capaces de unirse al Reino, te admiraban, sufrían cuando te despreciaban
los otros, pero nunca dieron el paso de salir de su anonimato para ir a tu
encuentro.
La vida continua, éxitos y fracasos.
¡Cuánto duelen estos últimos!, una carrera no terminada, la muerte de un ser
querido en nuestra adolescencia o juventud, un desengaño amoroso, una
enfermedad. Lo sabemos, en el pueblo, muchos hablan y se compadecen, lloran,
pero desde fuera, más por buscar el propio protagonismo que por quien sufre. Son
incapaces de acercarse y ayudar, se conforman con hablar y hablar.
Señor, te pedimos por esas personas, las
que se pasan la vida de espectadores de desgracias ajenas. Abre realmente su
corazón, en lo profundo insensible al sufrimiento ajeno.
Novena estación
Jesús cae por
tercera vez bajo la cruz
Del salmista:
La
afrenta me destroza el corazón y desfallezco. Espero compasión y no la hay.
Y caíste por tercera vez. Fue en
Getsemaní. Allí postrado, llorando, gimiendo, sudando sangre, temblando pediste
al Padre que no te abandonara. Y Abbá envió un ángel.
Ser adulto significa caer. En nuestro
tiempo las caídas, fruto de un despido laboral, una ruptura matrimonial o los
tristemente actuales acosos laboral o sexual, tienen un nombre: depresión.
Muchas son las personas que pasan por ella. La cruz del presente muchas veces
es terriblemente pesada.
Señor, tú conoces esta
cruz, la del fracaso total, el abandono por parte de todos, la ingratitud. Tú,
en nuestro tiempo caes en los que sufren la depresión. Te pedimos por ellos,
para que con tu ayuda se levanten de ella.
Décima estación
Desnudan
a Jesús, y le dan de beber hiel.
De la carta a Filemón:
Se
hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Aquel acto violento de despojarte fue la
culminación de una vida. Anduviste por el mundo con el corazón desnudo, sin
esconder nada, mostrándote tal cual eras.
No es fácil despojarse de uno mismo, ser
como se es, sin esconder nada. Por eso nos vestimos con ropajes, aparentamos
ser lo que no somos. Sin embargo, también es verdad, que ante quienes amamos
nos desnudamos, somos sinceros y no nos molesta que vean en nosotros nuestros
defectos, mediocridades y miserias.
Señor, el amor lleva a amar a la otra
persona sin esconderse bajo el ropaje. Te pedimos por los esposos para que sean
sinceros en su vida de amor.
Undécima estación
Jesús clavado en
la cruz
Del salmista:
Me
taladraron las manos y los pies, puedo contar mis huesos.
Fuiste
obediente. Toda tu vida fue clavarte al Reino de Dios, al Padre. Tendiste las
manos al Espíritu y te dejaste llevar por él hasta ser clavado en la cruz.
De
pequeños creemos que ser padre es mandar y ser hijo obedecer. De mayores,
especialmente los padres, se descubre la verdad. Nadie más esclavo que un padre
y una madre. Tener un hijo significa dejar de ser libre. Desde ese instante
todo lo que uno hace es para el hijo y ello significa privarse de los propios
gustos e ir muchas veces donde el hijo o la hija quieren, clavados a la
voluntad de quienes más se ama en este mundo: los hijos.
Señor,
ábrenos los ojos para que recordemos y transformemos en oración de gratitud las
veces que nuestros padres se clavaron a nosotros, obedeciéndonos en infinidad
de gestos de amor.
Duodécima estación
Jesús muere en la
cruz
De la carta a los Romanos:
La
prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores,
murió por nosotros.
¿No fue acaso toda tu vida un morir?
Moriste a la Gloria del Hijo cuando te encarnaste y te entregaste por nosotros,
en los largos años de obediencia a José y en los tres años de vida pública, de
vida entregada, una vida para los demás, un morir a ti mismo para que los
demás, gracias a tu Evangelio y tu persona vivamos.
Y morir es nuestra vida. Cada uno tiene
sus años y cada uno sabe en lo que muere. Muere el sacerdote renunciando a su
tiempo y al amor de una esposa e hijos por su parroquia, por la Iglesia, por
Cristo. Muere el seglar dando testimonio de Cristo en nuestro mundo y viviendo
los valores del Evangelio, renunciando al poder por encima de todo, al dinero
como absoluto y al placer al margen de un proyecto de amor.
Señor, gracias por que cada vez que nos
damos a los demás y renunciamos a nosotros mismos, sentimos tu cercanía. Eres
tú quien muere en nosotros.
Decimotercera estación
Jesús es bajado de
la cruz y puesto en los brazos de su santísima Madre
Del Evangelio de S. Juan:
Estaba
junto a la cruz de Jesús, su Madre.
María, ella siempre al lado de los que
sufren. No le importa estar al lado de un crucificado. Ella siempre estuvo al
lado de los humildes y los hambrientos, con quienes tú te identificaste.
Y María estará a nuestro lado. Lo sabemos
muy bien, porque lo hemos experimentado en nuestro caminar por la vida. Cuando
llegue la enfermedad y el dolor, cuando llegue la muerte, rezaré: “ahora y
en la hora de nuestro encuentro”. La Madre estará a los pies de nuestra
cruz, porque desde aquel día todos los crucificados tienen a una mujer que les
conforta: María.
Madre, te pedimos por los que se
encuentran en estos momentos solos, por los ancianos que mueren en las residencias,
por los enfermos, por los emigrantes que
están cruzando el estrecho, los que se encuentran en la cárcel, los drogadictos
que agonizan en las calles, por los crucificados de este siglo.
Decimocuarta estación
Jesús es puesto en
el sepulcro
Del evangelio de S. Mateo:
El
Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de los hombres, que le matarán
y al tercer día resucitará.
Y entraste en la profundidad de la muerte
con una certeza, resucitarías. Toda tu vida fue un fiarte del Padre. Confiado
en Él te lanzaste al abismo de la muerte y el Padre envió a sus ángeles para
que tu pie no tropezase.
También a nosotros un día nos
corresponderá dar este paso, saltar al abismo de la muerte con la fe puesta en
el Evangelio y la esperanza depositada en la promesa del Padre. Nuestra vida,
como la de Cristo, es un caminar, desde la nada, llevando la cruz de la
existencia mortal, hasta el encuentro con el Padre, hasta la Resurrección.
Al concluir este via crucis, Señor, quedemos
ofrecer las gracias espirituales que en él se conceden por todos los difuntos
de nuestras parroquias y por todos nuestros familiares difuntos. Ellos ya han
recorrido este camino hacia el encuentro con el Padre.
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