I
ESTACIÓN. JESÚS ES CONDENADO A MUERTE.
Del
Evangelio de San Lucas:
Entonces
Pilato decretó que se hicieron lo que pedían. Así que les dejó libre al que
tenía preso por motín y homicidio, al que pedían, y a Jesús lo entregó a su
arbitrio.
Cristo
ama y por eso asume la muerte, porque como él mismo nos recuerda, si el grano
de trigo no muere no da fruto.
Y
bendita condena la que Dios ha puesto en el ser humano, la condena de ser padre
y madre, de morir en pequeños actos de amor por los hijos, de darles la vida y
darles vida con su sacrificio y amor.
II
ESTACIÓN. JESÚS CARGA CON LA CRUZ.
Del
Evangelio de San Mateo:
Terminada
la burla, le quitaron el manto y le pusieron sus vestidos. Después lo sacaron
para crucificarlo.
Y ellos han optado por tener familia. Hoy para muchos los
hijos son una carga que limita la libertad y sacrifica la vida de las parejas.
Sin embargo ¿hay algo más hermoso para una persona que engendrar un hijo,
amarlo y educarlo?
III
ESTACIÓN. JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ.
De
la Primera Carta del Apóstol Pedro:
Él
llevó en su propio cuerpo nuestros pecados sobre la cruz para que, muertos para
el pecado, vivamos para la justicia: por sus heridas hemos sido curados.
¡Qué hermoso los primeros días, cuando el niño llega a casa!
Pero, las noches se hacen largas y el niño llora, y llora y llora. Y él y ella
no saben que hacer con el niño. Y el niño enferma, y pasa la noche con fiebre y
los médicos apenas aciertan. Y ellos sufren la inexperiencia de ser padres
primerizos. Pero el amor y la confianza en Dios alivian las penas.
IV
ESTACIÓN. JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE.
Del
Evangelio de San Lucas:
Simeón
los bendijo, y dijo a María, su madre: Este niño está destinado en Israel para
que unos caigan y otros se levanten; será signo de contradicción para que sean
descubiertos los pensamientos de todos; y a ti una espada te atravesará el
corazón.
Todos
recordamos la infancia: una mala noche, un dolor de tripa y la madre a nuestro
lado. La madre, ¿por qué será que los moribundos al agonizar imploran a sus
madres? En los primeros sufrimientos siempre tuvimos un rostro que nos curaba,
nuestra madre.
V
ESTACIÓN. EL CIRENEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ.
Del
Evangelio de San Marcos:
Pasaba
por allí de vuelta del campo un tal Simón de Cirene (padre de Alejandro y
Rufo), y lo forzaron a cargar con la cruz.
La
vida es dura, en el camino siempre hay cruces. Vivir no es fácil. La cruz que
llevamos tiene dos maderos, uno son los sufrimientos que nos provoca la
naturaleza, las enfermedades, otro el que nos inflingen los demás. Pero en este
camino siempre hay dos cireneos, no uno, sino dos, el padre y la padre, que
acompañan y cargan con nuestra cruz, unas veces mediante un consejo otras en
silencio.
VI
ESTACIÓN. LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS.
Del
libro del Profeta Isaías:
Sin
gracia ni belleza para atraer la mirada, sin aspecto digno de complacencia.
Despreciado, desecho de la humanidad, hombre de dolores, avezado al
sufrimiento, como uno ante el cual se oculta el rostro, era despreciado y
desestimado.
Y
nadie le quiere. El padre tiene Alzeimer. Quien años atrás era la fuente de
sabiduría y cordura, ha quedado convertido en un demente. No habla, grita. No
sabe quien es. Hay que darle de comer con paciencia, mucha paciencia y en más
de una ocasión escupe la comida. Y sin embargo, ella y él lo cuidan con mimo.
Le abrazan y con paciencia le limpian. Y los hijos aprenden de sus padres,
descubren en ellos una capacidad de amor inmenso, un espíritu de sacrificio sin
límites.
VII
ESTACIÓN. JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ.
De
la Primera Carta a los Corintios:
Nosotros
anunciamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los
paganos.
Y ha llegado la adolescencia. Atrás queda ese niño
encantador, esa niña que iluminaba el hogar. Se encierran en sí mismos. Buscan
los amigos y huyen de los padres: “es que no se enteran, siempre están
controlándome, cállate, déjame en paz”. Pero un día está abatido, todo su mundo
se ha hundido bajo sus pies: el primer amor roto, una mala evaluación, los
amigos le dejan,... Se hunde, en ese momento descubre que tiene a sus padres
que están ahí. Y ellos son quienes le levantan.
VIII
ESTACIÓN. JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN.
Del
Evangelio de San Lucas:
Lo
seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres llorando y lamentándose por
él. Jesús se volvió y les dijo: Vecinas de Jerusalén, no lloréis
por mí; llorad por vosotros y por vuestros hijos.
¡
Y ellos viven felices, son una familia que se
ama y cada día tienen más motivos para querer al más pequeño. Pero no todos lo
ven así. Ellas hablan y murmuran y en más de una ocasión se acercan a la madre
y le comentan: “pobra, ma que t’ha pasat feta, si a mi m’havera pasat no se
que faria, la veritat es que valdría la pena que es morira el teu xiquet,
aixina descansarieu, tú, el teu home i els teus fills”. Y la madre las mira
como Cristo, con pena y en su corazón les dice: “llorad, llorad, pero no
lloréis por nosotros, que encontramos en el niño la razón para vivir y la
fuente de nuestra unión, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque
vuestro corazón es incapaz de descubrir en un enfermo un ser humano, un hijo de
Dios, una fuente de dicha”.
IX
ESTACIÓN. JESÚS CAE POR TERCERA VEZ.
Del
libro del Profeta Isaías:
Era
maltratado, y no se resistía ni abría su boca: como cordero llevado al
matadero, como oveja ante sus esquiladores, no abría la boca.
Y
se ha hundido. Sí la vida no ha sido indulgente con él. Cuando ya era una
persona adulta y segura de sí misma ha entrado en depresión. Motivos, bien
puede ser un divorcio, la muerte de un hijo o de la esposa, el despido después
de tantos años de trabajo fiel en la empresa. Sin embargo se levanta y lo hace
porque sabe que no puede fallar a sus padres, que en silencio rezan, por los
hijos a los que ama, por la esposa que le escucha y apoya.
X
ESTACIÓN. JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS.
Del
Evangelio de San Mateo:
Después
de crucificarlo se repartieron a suertes sus vestidos y se sentaron allí
custodiándolo.
El
tiempo pasa, los dos se hacen mayores, la ancianidad va dejando su huella en su
rostro y en su cuerpo. Y han de despojarse de la agilidad, de la memoria, las
aptitudes, de todo. A él le cuesta caminar y a veces repite lo mismo cuarenta
veces. A ella las hijas le tienen que ayudar en casa. Se han vuelto niños,
niños a los que los hijos desnudan y con amor filial limpian y cuidan. ¡Qué
difícil es para los hijos contemplar a unos padres que fueron el motor del
hogar, los señores a los que se honraba verlos transformados en niños! Y sin
embargo hay algo tan grande como devolver con amor, transformado en paciencia,
bondad y dulzura, el amor recibido de los padres.
XI
ESTACIÓN. JESÚS ES CRUCIFICADO.
Del
Evangelio de San Juan:
Allí
lo crucificaron con otros dos: uno a cada lado y en medio Jesús.
Y los hijos les miran. Les gusta reunirse toda la familia y
ver a los abuelos. Les encanta hablar de ellos. ¡Son un ejemplo de esposos para
todos! Es tan grande el amor que sienten el uno por el otro que viven
crucificados el uno con el otro. No pueden estar separados, se hablan, se
ilusionan y también, por supuesto, se enfadan, para volver a reconciliarse,
para temblar con tan solo pensar que pronto la vida los separará. Y los hijos
lo saben, es la mejor herencia que les han dejado, el recuerdo de unos padres
que se amaron siempre.
XII ESTACIÓN. JESÚS MUERE EN LA CRUZ.
Escuchemos las Siete Palabras que Jesús pronunció desde la
cruz.
Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.
En verdad, en verdad te digo. Hoy estarás conmigo en
el Paraíso.
Mujer, eh ahí a tu hijo. Hijo, eh ahí a tu Madre.
Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has abandonado?
¡Tengo Sed!
Todo está cumplido.
Padre en tus manos encomiendo mi espíritu.
Y
ella muere y él llora. Es triste separarse de la persona amada. Quedan tantos
recuerdos, una vida tejida por los dos. Es el dolor profundo al perder a la
compañera. Es el vacío que siente cada día el viudo, la viuda, el recuerdo
imborrable de un amor tan fuerte que las aguas torrenciales no pueden apagar. Y
ellos, los hijos y nietos lloran. Los últimos días han sido tristes pero
marcados por constantes lecciones, lecciones de paciencia con la enfermedad, de
valentía ante el dolor, de amor crucificado, amor desde la cruz de la agonía,
animando a los hijos, ofreciendo palabras de fe y esperanza, aliento de quien
sabe que marcha al encuentro de Cristo. Es el testimonio del creyente, después
de llevar la cruz de la vida, amando a los suyos, los propios y los extraños,
sabe que le espera la decimocuarta estación.
XIII
ESTACIÓN. JESÚS ES DEPOSITADO SOBRE LOS BRAZOS DE SU MADRE.
De
la Carta de San Pablo a los Colosenses:
Quiso
el Padre que habitase en Cristo toda la plenitud y por medio de él reconciliar
consigo todas las cosas.
Y
siempre nos quedará el recuerdo de nuestros padres. En nuestra vida hay un
abrazo que jamás se borra, el de nuestra madre cuando éramos pequeños, ese
abrazo lleno de ternura y amor. Porque ellos se marchan, es ley de vida, lo
pidieron todos los días al Señor, morir antes que sufrir nuestra muerte. Y
nosotros les recordamos, recordamos aquella tarde o aquella mañana, cuando
expiró el padre, cuando amortajamos a la madre. Ese cuerpo frío que un día nos
dio el calor de la vida.
XIV
ESTACIÓN. JESÚS ES SEPULTADO Y RESUCITA AL TERCER DÍA.
Del
Evangelio de San Lucas:
¿Por
qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado.
No
busquéis a Cristo en las sepulturas ni a los muertos en los cementerios. No
están allí, ellos viven. Porque la llama del amor es tan fuerte que no pueden
apagarla las aguas torrenciales de la muerte. Murió Cristo y el Padre lo
resucitó por amor. Murieron los padres y los hijos los recuerdan
constantemente, llevan su rostro grabado en suyo, sus palabras, gestos,
momentos vividos les acompañan siempre. Y los hijos saben que ellos viven,
fueron personas que amaron y al final, el examen lo habrán superado con nota.
Murieron, les lloraron, sintieron su ausencia, pero también la presencia de
quienes desde el cielo velan por ellos.
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