Primera estación
Jesús condenado a
muerte
Del evangelio de S. Mateo:
“En aquel tiempo
dijeron los sumos sacerdotes y el Sanedrín: ¿qué os parece? Es reo de muerte.
Los ancianos del
pueblo, la muchedumbre agitada, la autoridad romana,... todos, con engaño,
condenan a quien se había negado a condenar a nadie, a quien habló siempre con
verdad y misericordia. Sentencia que procede de la envidia, la maldad y la
cobardía de los hombres.
El nuestra tierra
valenciana el primer juicio que se emitió contra la Iglesia fue la condena al
destierro del obispo Valero y a tortura y muerte de su diácono Vicente. Por su
boca se nos proclamó por vez primera el Evangelio, por su sangre sigue
creciendo el árbol frondoso de nuestra Iglesia de Valencia.
Señor Jesús,
ayúdanos a no huir, a no seguir callados, a ser testigos valientes de la verdad
y a justicia.
Segunda estación
Jesús con la cruz
a cuestas
Del evangelio de S. Juan:
Al entregarlo Pilato, se hicieron cargo
de Jesús, que llevando a hombros su propia cruz, salió de la ciudad hacia un
lugar llamado la calavera ,
en hebreo Gólgota.
El Señor acepta la cruz, el suplicio de
los esclavos, para servir llevando nuestras dolencias, para que sigamos sus
huellas cada día desde la negación personal.
Toda vocación de discípulo pasa por la
cruz del Maestro. Hemos de abrazar el madero salvador, que nos purifica de todo
pecado, y nos enseña a caminar con el peso suave del amor, como lo hicieron
nuestros santos pastores Eutropio, Tomás de Villanueva y Juan de Ribera.
Señor Jesús, que podamos servir en tu
Iglesia siempre con humildad, cargando de buen grado con el peso de la cruz: la
educación de los niños en la catequesis y el junior, la formación de los
adolescentes en la confirmación, el servicio a la parroquia.
Tercera estación
Jesús cae por
primera vez bajo la cruz
Del Evangelio de S. Mateo:
Mi
alma está triste hasta la muerte... y adelantándose un poco, cayó rostro en
tierra y oraba.
En su caída, camino del Calvario, Jesús pone de
manifiesto su frágil condición humana; pero Aquél que no conoció pecado vive
esta postración de su carne como un acto de obediencia, como un acto de
adoración a Dios Padre.
Los primeros valencianos martirizados fueron los
hermanos de Alzira Bernardo, María y Gracia, ellos nos enseñaron a no tener
miedo.
Señor Jesús, ayúdanos a caminar con un corazón libre,
anclado únicamente en el Evangelio.
Cuarta estación
Jesús encuentra a
su santísima Madre
Del Evangelio de S. Lucas:
Simeón
los bendijo y dijo a María, su madre: Y a ti misma, una espada te atravesará el
alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.
Llega el momento para María del
cumplimiento de las profecías: el paso del dolor, la angustia materna por el
hijo que sufre.
La presencia de la Madre recorre el camino de
quienes formamos la Iglesia
de Valencia, ella Purísima y Assumpta, mare de Gràcia, del Puig, dels Dolors,
de Loreto,... sale al encuentro de sus hijos cuando estos llevan la cruz de la
enfermedad, la soledad, el abandono.
Señor Jesús, que podamos disfrutar siempre
del amor íntegro y puro, fuerte y consolador de la Virgen María en los
momentos de pueba.
Quinta estación
Jesús es ayudado
por el Cireneo a llevar la cruz
Del Evangelista San Lucas.
Cuando
le llevaban, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que regresaba del campo, y
le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús.
La impresión del encuentro con su madre ha
roto el corazón de Cristo, el dolor compartido le inunda por completo hasta el
punto de no poder llevar la cruz. Un inocente es obligado a ayudar a otro
inocente.
En nuestra tierra muchos fueron llevaron
la cruz de Cristo, recordemos a los mártires franciscanos Juan de Perusa y
Pedro de Saxoferrato, Juan de Cetina y Pedro de Dueñas, Carmelo Bolta y
Francisco Pinazo. Forasteros llegaron a nuestras tierras, taifas musulmanas,
para aliviar los sufrimientos de sus hermanos cristianos.
Señor, que no pasemos de largo ante el
sufrimiento del próximo, que nos sobrellevemos mutuamente con amor y así demos
testimonio de la ternura de Dios.
Sexta estación
La Verónica
enjuga el rostro a Jesús
Del salmista:
Mi
alma tiene sed del Dios vivo... ¿Cuándo llegaré a ver el rostro de Dios?
La contemplación del rostro de Dios es una
prerrogativa de los limpios de corazón. Aquella mujer, saliendo de entre la
muchedumbre vociferante, actuó según el dictado de su corazón, un acto de
misericordia al que el Señor respondió verificando la bienaventuranza al dejar
impresas sus facciones en el liencio.
Madre Sacramento, Teresa de Jornet y Juana
Condesa fueron otras tantas verónicas que purificaron con amor y llenaron con
esperanza el rostro de Cristo en los enfermos, ancianos y extraviados.
Señor Jesús, que busquemos tu rostro en
aquellos cuya dignidad humana esta mermada por la maldad ajena.
Séptima estación
Jesús cae por
segunda vez
Del profeta Isaías:
Aunque
nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado. Eran nuestros
dolores los que lo traspasaban y nuestras culpas las que lo trituraban.
El Señor vuelve a morder el polvo, con los
huesos triturados por la fatiga de la inacabable tortura y con la angustia de
los sufrimientos que todavía le aguardan.
Como buenos franciscanos, nuestros
hermanos Luis, obispo de Tolosa, y los religiosos Pascual Bailón, Nicolás
Factor y Andrés Hibernon, abundaron en la meditación de la humanidad del
Salvador, impregnándose de este misterio de humildad y conformándose a él, por
la austeridad y la penitencia.
Señor Jesús, auxílianos con tu Santo
Espíritu para que seamos fuertes en la debilidad y no dudemos nunca de tu
presencia, para que no nos escandalice nuestra propia flaqueza y la de los
demás.
Octava estación
Jesús amonesta a las mujeres de Jerusalén
Del Evangelio de S. Lucas:
Lo seguía una gran multitud de pueblo y
de mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
Las lágrimas de estas mujeres, junto con
las de Cristo al contemplar la ciudad santa, son las de todos los que, amando,
se lamentan ante la impotencia de la bondad y la justicia. No serán derramadas
en vano.
Siguen resonando en nuestra iglesia la voz
de aquellos profetas que nos invitaron a llorar los pecados y a convertirnos a
Dios: Vicente Ferrer, el padre Jofré y Luis Bertrán. Ellos nos hablan siempre
del examen en el amor como remedio seguro para la fe en un mundo convulso.
Señor Jesús, que nuestro pobre amor nunca
se vea frustrado ni rechazado al encontrarse con el tuyo, que, recibiendo tu
consuelo, aprendamos a consolar y hablarles al corazón a aquellos que, aún
siendo los más necesitados, se resisten a ser amados.
Novena estación
Jesús cae por
tercera vez bajo la cruz
Del evangelio de S. Mateo:
Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi
yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.
La subida al monte calvario resulta
demasiado dura para un reo que está ya al límite de sus fuerzas. Jesús se
vuelve a encontrar derribado y sólo. Debilidad que no deriva en desánimo, sino
en confianza en el Padre que levanta y sostiene, alivia y da descanso al
humilde y abatido.
Como a algunos de aquellos soldados que
cercaban al Señor, la experiencia del sufrimiento y la sombra de la muerte
cincelaron también el alma de Francisco de Borja y Gaspar Bono, hasta el punto
de cambiar las milicias de la tierra por la causa del Reino.
Señor Jesús, que la experiencia de
fragilidad y de pecado nos impulse a buscar el apoyo de tu misericordia, para
poder así levantarnos después de cada caída y aprender a poner nuestro corazón
en los bienes del cielo y no en los de la tierra.
Décima estación
Desnudan
a Jesús, y le dan de beber hiel.
Del Evangelio de S.
Juan.
Se
repartieron sus vestiduras, echándolas a suerte.
Para extender su cuerpo sobre el altar de
la cruz, es despojado el Señor de sus vestiduras. Ya no le quedaba nada.
En el candor de la inocencia fueron
arrebatados aquellos pequeños mártires de Belén y el niño Mauro. En el
esplendor de la juventud, y con indecibles torturas, se truncó también, a los
ojos del mundo, la vida de Jacinto María Castañeda.
Señor Jesús, que revistamos de caridad la
pobreza de nuestros hermanos.
Undécima estación
Jesús clavado en
la cruz
Del evangelista S. Lucas:
Padre
perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Cosido
al madero, el Señor sigue obsequiándose a quienes le martirizan, a su madre, a
su discípulo, a su compañero de suplicio y, sobre todo a su Padre.
El
Beato Pascual de Montaverner y los centenares de mártires valencianos del S.XX
ofrecieron su vida perdonando y ofreciendo un testimonio elocuente a sus
contemporáneos. La muerte del mártir no pide justicia y castigo para con sus
verdugos, sino misericordia y perdón.
Señor
Jesús, que cuando nos llegue el momento de la prueba, el dolor, la difamación,
la calumnia,... llenes nuestro corazón de sentimientos de perdón y no de
venganza.
Duodécima estación
Jesús muere en la
cruz
Del evangelio de S. Juan:
Todo
está cumplido.
Aquella muerte de por sí violenta y
absurda se ha transformado en Jesús en un supremo acto de amor y de liberación
definitiva del mal de la humanidad.
El memorial de esta entrega actualiza sus
beneficios en favor nuestro cada vez que lo celebramos en la eucaristía. Así lo
disfrutamos en la Asamblea
dominical y cotidiana, en los momentos de peligro y sufrimiento, en la soledad
de la postración. Nuestra piedad está también marcada por la adoración del
Cuerpo y de la Sangre
Preciosa del Señor. De ahí brotan la veneración del Santo
Cáliz en la Catedral
y en las parroquias donde el Sr. Arzobispo ha entregado una réplica.
Señor Jesús, transforma nuestro corazón en
un corazón eucarístico, que guste de la adoración, el silencio y la presencia
ante el Sagrario, de la vivencia interior de la misa y la transformación de
nuestra vida en una existencia eucarística, marcada por la gratitud al Padre
por todo cuanto nos ocurre, por su presencia en nosotros.
Decimotercera estación
Jesús es bajado de
la cruz y puesto en los brazos de su santísima Madre
Del Evangelio de San Mateo:
José
tomó el cuerpo y lo envolvió en una sábana.
Todos se habían ido, allí sólo quedaban
los íntimos. La Madre ,
rota de dolor, recibe en su regazo el cuerpo de su Hijo. María cerró los ojos
para contemplar mejor el recuerdo de aquellos a los que Jesús recogía en las
orillas del camino, la memoria de tantos enfermos y muertos a los que curó y
resucitó.
Como las santas mujeres del Calvario, Inés
de Benigánim, Josefa Naval y Madre Pedra de San José hicieron de la
contemplación de la pasión del Señor la experiencia que les llevó a entregarse
a los demás, a ser el amor vivo en sus pueblos.
Decimocuarta estación
Jesús es puesto en
el sepulcro
Del Evangelio de San
Juan.
En el
lugar donde Jesús había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el que aún no había sido
depositado nadie. pusieron allí a Jesús.
Con
la losa del sepulcro parecía que se cerraba el camino de aquel joven maestro
cuya fama recorrió los pueblos y ciudades de Palestina, aquel joven traicionado
y vendido, negado, ajusticiado y abandonado. Pero la última palabra sobre la
vida está siempre en boca de Dios. En la noche y en el silencio de la muerte,
se revertirá la Historia.
Sólo
los ángeles fueron testigos en aquella tiniebla, del poder y la majestad de
Dios. Acompañaron a Cristo como en la noche de Belén, en la soledad del
desierto, y en la agonía del huerto de los olivos. Los mismos ángeles tutelares
de pueblos y personas que sostienen con su pureza al resto de la creación en
los momentos de caos y ruptura. Cuántos bienaventurados han querido también a
lo largo de nuestra historia local y personal, escondidos con Cristo en Dios,
como verdaderos espíritus de vida: Inés de Moncada, Isabel de Villena,
Margarita Agullona, Casimiro Barello, peregrino que pasó por nuestro pueblo, D.
José María García Lahiguera, Amparo Mahiques, Juan Barcia,... hombres y mujeres
de nuestro pueblo que otros años nos acompañaron.
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